La idea de escribir este artículo me llega mientras estoy sentado en una de las cafeterías de la zona de embarque del aeropuerto de Dublín.
Como siempre que vuelvo a mi segunda casa – pasé en la capital irlandesa 8 de los mejores años de mi vida –, me lo he pasado genial. Pintas, partido de fútbol con los compañeros de mi antiguo equipo irlandés, más pintas, paseíto por el centro, etc. Eso sí, un frío importante y esa maldita ventana del dormitorio, que no tiene buen aislamiento y me ha regalado un dolor de garganta de consideración.
Gracias a esto, de lo que realmente tengo ganas es de embarcar en el avión y llegar a mi casa alicantina, donde seguro que me esperan la playa y el sol, a pesar de no haber entrado aún en febrero.
Y es que, a veces, eso es lo que necesitas, sobre todo durante los viajes con la mochila que se prolongan por varios meses. Llega un momento en el que el cuerpo y la mente te piden regresar a casa. Al menos, a mí me ocurre. No sirvo para ser un nómada eterno y eso me gusta, porque quiere decir que tengo un sitio al que volver, en el que tengo raíces y me siento feliz.
Pero… ¿Cuándo llega ese momento? ¿Cuáles son los síntomas?
Pues aquí te dejo unos cuantos. Si se dan más de tres o cuatro, más vale que vayas pensando en comprar el billete de vuelta a casa.
Los paisajes te comienzan a parecer todos iguales
Puede ocurrir que, tras un tiempo viajando, de repente, los bosques, montañas, ríos, playas e, incluso, las ciudades, ya no te sorprenden.
A pesar de que existen diferencias evidentes entre cada uno de ellos – y tu ojo así lo percibe – los sentimientos que te despiertan comienzan a ser nulos.
Recuerdas cuando viste la primera catarata del viaje y te quedaste media hora observando cómo el agua se precipitaba en la laguna. Ahora apenas haces la foto de rigor y te marchas. Dejas de prestar atención a los amaneceres y atardeceres y se acabó aquello de buscar el lugar perfecto para verlos.
Se trata de una de las señales más claras de que va siendo hora de regresar a casa.
Comparas todo con lo que dejaste en casa
Es un defecto que tiene mucha gente nada más salir de casa. La famosa frase “Sí, está muy bien, pero en mi país es mejor” la he escuchado en la boca de cientos de viajeros. Cuando la cosa es reiterativa, me he tenido que contener para no decirles: “¿Ah, sí?, ¡pues quédate en tu maravilloso país!”.
Sin embargo, esto es más entendible si ya llevas un tiempo vagando por el mundo. Comienzas a echar las cosas familiares de menos y tu ataque de chauvinismo patriótico será pasable.
Matarías por un plato de tu comida favorita casera
Sí, amigos, ese plato de tu madre que tanto te gusta. Esa tortillita de patatas acompañada de un buen plato de jamón de bellota. Esa fabada – y no precisamente la de la abuela de una conocida marca de enlatados -, ese cocido o ese salmorejo. Todos ellos te perseguirán en tus sueños cuando se esté acercando el momento de volver a casa.
Estarás cansado del arroz asiático, las hamburguesas, el cilantro, la carne de canguro, los combinados típicos, la pasta, las pizzas… Tú lo que necesitas es comer en casa.
Dejas de abrirte a otra gente
No sabes cómo, pero has sufrido un proceso de evolución que te ha convertido, poco a poco, en un ser ermitaño.
Te cuesta recordar los días en los que llegabas a un hostal y eras el primero en bajar al bar a socializar con el resto de viajeros. Contabas y escuchabas historias de viajes mientras caían las rondas de cervezas. Antes de marcharte de un alojamiento, intercambiabas números de teléfono y emails entre promesas vanas en las que asegurabas que no perderías el contacto. Incluso te unirías a otras personas durante unos días y cambiarías tu ruta de viaje con tal de seguir con ellas.
Ahora rehúyes de todo eso e intentas pasar solo el máximo tiempo posible.
Lo mismo te ha ocurrido con la gente local. Hablabas con ellos a la mínima oportunidad, incluso aunque no dominaras su idioma, pero ahora te parece una molestia innecesaria.
Alarma: vuélvete a casa. Necesitas echarte unas buenas risas con tus amigos, el abrazo de la familia y hacer el amor con tu novia.
Ya no te gustan tanto las otras culturas
Comenzaste el viaje maravillándote ante las distintas costumbres culturales de los pueblos que ibas encontrando en la ruta. Pero ahora, sin saber la razón, todo eso te da una pereza inmensa.
Ya no quieres saber nada sobre sus ridículos dioses, sus ofrendas carentes de lógica, su repetitiva gastronomía, sus extrañas lenguas y sus peculiares tradiciones.
Lo que quieres es volver a las cosas que conoces y te hacen sentir en casa. Ya sabes, tan sólo te encuentras a un billete de distancia de todo eso.
Te pasas todo el día conectado online con tu gente
Cuando partiste, sólo buscabas Wi-Fi para informar a la familia de que todo estaba bien, colgar unas fotos en las redes sociales – no fuera que tus familiares y amigos no murieran de envidia – y buscar solución de transporte y alojamiento para continuar la ruta.
Sin embargo, ahora no dejas de intervenir en tus múltiples grupos de Whatsapp, intentas quedar para realizar llamadas por Skype cada poco tiempo y quieres comentar con familia y amigos, al momento, todo lo que te está pasando.
Echar de menos a la gente que se quiere siempre está bien, pero cuando no puedes pensar en otra cosa, es que ha llegado el momento de regresar a casa.
Quieres estar en todo lo que ocurre en casa
Tus amigos habían montado una fiesta en uno de vuestros bares de siempre, pero esa noche tú lo ibas a dar todo por la zona de pubs de Dublín. Así que, ¿a quién le importaba eso?
Ahora, sin embargo, te pones malo de pensar que te vas a perder todos los planes familiares o de tu grupo de amigos. Te encantaría estar allí con ellos y no puedes esperar a ver los vídeos y fotos del evento.
Pues si tanto te gustaría no perdértelo, no malgastes más tiempo y compra tu billete a casa.
Y a ti, ¿qué otros sentimientos te han hecho experimentar la necesidad de volver a casa.
La entrada Razones para dejar de viajar y volver a casa aparece primero en Viajablog.
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