Cuando mi hermana me propuso realizar un viaje por el Tirol de una semana, no estaba convencida del todo. Más que nada porque los nombres de los destinos a lo largo de la ruta me sonaban a –subanestrujenbajen-, y porque Austria no es un país tan renombrado turísticamente. En un principio hubiera preferido Francia o quizás Italia.
Sin embargo, lo que comenzó siendo un viaje sin una idea claramente preconcebida, se convirtió pronto en una explosión para mis sentidos: mi retina nunca había sido tan feliz viendo la naturaleza en su más amplia gama cromática.
La primera impresión que te sugiere cualquier ciudad o pueblo de Tirol es que parece que has cambiado de época al contemplar sus calles, incluso se puede ver en pueblitos con tradición más arraigada a personas con el traje típico tirolés.
Otro detalle es la limpieza de sus calles, la poca delincuencia callejera y cosa curiosa: carencia total de vallas publicitarias, lo que es un alivio para la vista que te bombardeen con telefonía móvil, coches varios o bebidas refrescantes.
Lo segundo que te dan unas enormes ganas de correr por la hierba totalmente descalza igual que Heidi y gritando aquello de: Ioliloiiiuuuuuuu…
Canto tradicional a la tirolesa
Primer día: llegada al Tirol
Lo primero que me llamó la atención al entrar en la región de Tirol fueron los maravillosos paisajes, ¿tantas tonalidades de verde eran posibles? Al acceder por autopista en autobús pudimos contemplar muchas pequeñas poblaciones, mientras nuestro guía iba dándonos nociones generales: historia, dialectos, gastronomía… y un curso intensivo para poder saludar al menos a los tiroleses. –Buenos días- nos explicaba- se dice guten morgen, guten tag: buenas tardes, y gute nacht solo cuando te vas a acostar…-
Yo estaba contenta, al fin iba a poder practicar mis breves conocimientos de alemán, que es el idioma oficial de Austria.
Pronto se hizo de noche y no pudimos ver nada más hasta el día siguiente, solo las montañas iluminándose brevemente con algún fugaz relámpago.
Nuestro alojamiento se encontraba en un bonito pueblo llamado Mariastein, en un hotel que había sido una antigua casa familiar (chalet o refugio como dicen allí) de tradición tirolesa, reformada por la familia para su uso como hotel de 4 estrellas.
Mi hermana y yo tuvimos la suerte de tener una habitación con el balcón que tenía mejores vistas.
Si deseas alojarte en el mismo hotel de Mariastein que nosotras puedes hacerlo a través del siguiente enlace:
Llovía, hacía frío, pero yo salí a nuestro precioso balcón de madera a respirar el aire más puro que nunca podré respirar, y sentí ese silencio… Solamente roto a medias por el sonido de la lluvia.
Decidí hacer una foto, ya que no se veía nada, pues era medianoche, y lo que el flash me descubrió fue sencillamente espectacular: ante mí había una construcción alta, esbelta, con un bosque y una inmensa montaña a su espalda, parecida a una inmensa torre, con paredes encaladas y tejado negro. Se trataba de la iglesia de Mariastein, diseñada sobre el año 1.360 como iglesia de peregrinación (Wallfahrtskirche) y usada más tarde como fortaleza, era una de las construcciones más peculiares que íbamos a encontrarnos.
Segundo día: Visita a Salzburgo y el Palacio de Hellbrunn
Empezamos el día en Salzburgo, ciudad natal de Mozart, paseando por los jardines Mirabell, en los cuales se grabó alguna toma de la famosa película Sonrisas y lágrimas. Ya cruzando el río Salzach dirección al centro neurálgico de la ciudad, observamos en lo alto la fortaleza Hohenzalburg, impresionante, a la cual se puede acceder a pie (si te gustan las calles empedradas y empinadas) o tomando el funicular.
Fuimos a la calle más comercial llamada Getreidgasse en la cual se pueden encontrar tiendas internacionales: Zara, H y M, etc, pero camufladas, sin carteles de neón luminosos ni colores estridentes, sino en línea con la decoración urbana, como de época medieval. Encontramos un precioso mercado al aire libre con frutas, verduras y hortalizas procedentes de agricultura ecológica. También se puede visitar la casa natal de Mozart, pero decidimos evitar la cola e ir a nuestro aire por Salzburgo. Nos decidimos a probar las famosas bolitas de Mozart (chocolate relleno de mazapán, ¡delicioso!) y a bebernos una Weissbier (cerveza de trigo), ¡cómo no!
Más tarde visitamos la magnífica Catedral de Salzburgo (Salzburger Dom), destruida en gran parte en la Segunda Guerra Mundial y reconstruida posteriormente. Junto a ella la iglesia de St. Peter y su antiguo cementerio, con tumbas que datan desde el año 1.600, y las catacumbas, mucho más antiguas.
Si no os queréis complicar la vida, aquí podéis reservar directamente vuestro traslado desde el aeropuerto de Viena a vuestro destino final:
La tarde pasó muy divertida visitando el Palacio de Hellbrunn (siglo XVII) y sus juegos de agua, que fue construido por orden del Arzobispo Marcus Sittikus, el cual invitaba a sus amistades y personajes de altos cargos a almorzar en un salón en pleno jardín, los emborrachaba con vino y al final los hacía rociar con chorros de agua que salían de los lugares más insólitos (a voluntad del arzobispo, claro): del asiento de los taburetes, de debajo de los escalones, de los cuernos de un ciervo o boca de un perro u otro animal mitológico de piedra, o de las diversas fuentes: Neptuno, Venus… de los quicios de las puertas o de las juntas de las losas del suelo.
De allí salimos todos mojados, remojados y hartos de reír, porque hasta el que se jactaba de poder librarse, al final se mojó. Claro que el más listo de todos fue el Arzobispo.
El trampolín Olímpico de Bergisel
Tercer día: Hall, Innsbruck
El segundo día de viaje por el Tirol salimos muy temprano hacia la localidad de Hall, que es la mayor ciudad medieval de la región, la cual fue prácticamente destruida en varias ocasiones: terremotos, peste negra, guerras… En ella disfrutamos además de su maravillosa iglesia (todas en Tirol son preciosísimas, con retablos góticos espectaculares y órganos sublimes) y de su Ayuntamiento.
Después proseguimos viaje hacia Innsbruck, capital de Tirol. Lo primero que visitamos fue el trampolín olímpico de Bergisel, inaugurado en 2.002, con una altura de 250 metros por encima de la ciudad, pero utilizándose desde 1.927 sobre el trampolín natural, y fue sede olímpica de juegos de invierno en 1.964 y 1.976, hasta su construcción.
Subimos a la torre de despegue en funicular, pero bajamos andando (hermanas intrépidas), las más de 800 escaleras. Gracias a eso pude inmortalizar en vídeo a un saltador que ensayaba posiblemente para los saltos de invierno.
Luego realizamos un recorrido por Innsbruck: casco antiguo, Palacio Imperial, Arco del Triunfo, Catedral, etc. Y a la hora de las compras: ¡chicas! a Swarovski, a darnos un caprichito de ese cristal tan caro.
Ya para terminar el día, asistimos a un espectáculo de folklore tirolés, eso sí, regado con una buena jarra de cerveza. Baile, canciones, mucha diversión, el típico gritito de Ioliloiiiuuuuuuu… pero sobre todo mucha tradición del pueblo tirolés.
El lago Achensee en el Tirol
Cuarto día: lago Achensse – Shwaz – Rattenberg
Nuestro tercer día en la región tirolesa nos llevó a descubrir la naturaleza en su estado más puro.
Embarcamos para un corto crucero en el pequeño puerto de Achenkirch, en el Lago Achensee, con un agua cristalina, con efecto espejo sobre las montañas que la circundan. Desembarcamos posteriormente en Pertisau, un bonito pueblo dedicado casi exclusivamente al turismo.
Más tarde nos dirigimos al parque natural de los montes Karwendel, en el cual perdimos totalmente la cobertura de nuestros móviles al hallarnos en mitad de los Alpes. Sensación de silencio, tranquilidad, paz…
Ahí almorzamos en un chalet típico, y después partimos hacia Schwaz, un bello pueblo medieval en el cual nos esperaba una guía turística que su abuelo era español, y a pesar de sus expresiones de niña de parvulario, nos resultó una visita muy amena y divertida.
De ahí fuimos hacia Rattenberg a orillas del río Inn, espectacular por su sencilla arquitectura del siglo XVII, y el museo de la artesanía en el que pudimos degustar los famosos Schnaps (aguardiente con sabores) y adquirir la milagrosa Crema de Marmota, utilizada para dolores reumáticos y articulares.
El final del día estuvo amenizado por un concierto en el patio de la iglesia de Mariastein y por una inesperada tormenta de verano que nos caló hasta los huesos.
Las montañas rodean la gran mayoría de poblaciones en el Tirol
Quinto día: cataratas Krimml – Alpbach – Wiedersbergerhorn
¿Cómo se imaginan un glacial? ¿Blanco, inmenso, en mitad de la nada? ¿Cómo en los documentales? El glaciar Krimmler Kees es distinto a como imaginaba, rodeado de verdes montañas, deja escapar a través de suelos alpinos un arroyo de 20 kilómetros y a una altura de 1.470 metros sale del valle y cae en tres impresionantes cascadas en la cuenca del Krimml, con un caudal de 10.000 litros por segundo, el mayor de Europa, increíble, ¿no?.
Después de tanta majestuosidad y por si no habíamos subido suficientemente alto, nuestra próxima parada fue el pico Wiedersbergerhorn, a 2.128 metros de altura al cual se accede en teleférico. Las vistas eran indescriptibles desde tal altitud y frente a nosotros se desplegan infinitas tonalidades de verde y un cielo azul intenso.
Desde ahí disfrutamos viendo y fotografiando a un aficionado lanzándose en parapente, y a numerosas vacas que pueblan los prados en verano. Los ganaderos las llevan ahí para que se alimenten de los mejores pastos, a veces éstos se encuentran tan altos que las tienen que trasladar en helicóptero. Y con la llegada del otoño, a mediados de septiembre las vuelven a llevar a sus granjas, adornadas con guirnaldas y coloridas coronas de flores frescas alrededor del cuello y cuernos, y ¡hasta hay un concurso para nombrar la vaca más guapa! Lo tengo decidido, en mi próxima vida quiero ser vaca y vivir en Tirol.
Más tarde fuimos a Alpbach, denominado en el año 2007 como el pueblo más bonito de Tirol debido a la ornamentación floral de sus balcones, ventanas y puertas: cada familia elige un combinado colorido distinto para cada casa.
Sexto día: Oberammergau – castillo de Neuschwanstein
Nuestro último día de viaje por el Tirol nos llevó hacia Baviera, en los Alpes alemanes a un pueblo de artesanos de la madera llamado Oberammergau, famoso por su representación de la Pasión de Jesucristo.
Dicen las leyendas que los habitantes de Oberammergau hicieron un pacto con Dios para que la peste negra, que estaba asolando media Europa en la Edad Media, no alcanzara sus hogares, y ellos se comprometían a representar la vida y muerte de Jesús, y debió ser así pues desde entonces y cada 10 años, miles de personas acuden desde todo el planeta a deleitarse con sus representaciones.
También son reconocidos sus murales: cada casa tiene en su fachada principal un mural con un tema distinto, normalmente religioso, aunque pudimos sorprendernos con una hilera de casas cada una con un mural de un cuento popular: Caperucita Roja, Pinocho…
Para terminar el día nos desplazamos hasta el Castillo de Neuschwanstein, (que significa nuevo cisne de piedra), mandado construir por Luis II de Baviera en el año 1.886, el cual disponía de avances tecnológicos como agua corriente en el dormitorio, un teléfono con una cobertura de 6 metros, o una completa red eléctrica, pero todo ello evocando la fantasía de los cuentos de hadas. Su decoración interior hace continuas referencias a cuentos, leyendas o personajes medievales o de las óperas de su gran amigo Richard Wagner, por el cual sentía una extraña predilección.
Solo vivió 102 días en el castillo, pues murió en circunstancias misteriosas. Aquí Walt Disney se inspiró para crear el castillo de La Bella Durmiente.
Conclusión final del viaje al Tirol
En resumidas cuentas, nuestro viaje a Tirol fue inolvidable, no sólo por los paisajes, ciudades o pueblos que visitamos, sino por la cultura aprendida, la hospitalidad, la humanidad y amabilidad de sus gentes, la frescura de sus aguas, la pureza de su aire, el color de su cielo…
Por todo ello: Tirol enigmático por fuera y sorprendente por dentro, quiero volver algún día.
Relato escrito por Matilde Cruz.
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