Sigue esta experiencia: Lee aquí el Día 1 del recorrido
Marco Antonio González estudió Biología en la Universidad Nacional Autónoma de México. Se mudó a la ciudad de Oaxaca y fue entonces que se cruzó con los oaxaqueños: su participación fue fundamental para emprender el manejo comunitario del territorio.
Junto con otros, en 2001, participó en una propuesta: el Sistema Comunitario para la Biodiversidad. Sugería que se reconociera el papel de las comunidades en la prestación de servicios ambientales (en mantener los ecosistemas) y se promoviera, como parte de ello, un verdadero intercambio cultural con quien los visita, una nueva forma de entender y vivir el turismo.
Se sumaron ocho comunidades (San Juan, San Francisco y San José Ozolotepec, San Feli- pe Lachilló, San Miguel del Puerto, Xadani, Benito Juárez y Santa Catarina Xanaguía) y prepararon en estas a los primeros técnicos. El proyecto creció y se sumó la Fundación Ford y así fueron invitados a exponerlo en el Banco Mundial.
Marco es el corazón del proyecto, aseguran. El pegamento. Es una autoridad, el médico, el supervisor, un habilitador, el enlace. Es el “Biólogo”, así lo conocen. Y si eso fuera poco, además le da tiempo para reírse e inventar apodos, para detenerse a media vereda y explicarnos el fenómeno del clivaje —que se observa en las láminas de piedra que conforman la sierra— mientras lo atendemos y, a la vez, clavamos las uñas en la empinada cuesta, que nos ha tomado tres horas de descenso, agradecemos la pausa. Antes de reiniciar, él arranca una hoja y la parte en pedazos: “prueben, mastiquen: es poleo” ¿Y qué hace un corazón sino repartir?
A nuestro paso hay hongos de varios tonos, oyameles, pinos, sol y algo de niebla. La energía está al máximo. Los termos llevan “agua cocida” con hoja de té limón. Cuando el cuerpo está caliente por el ejercicio no hay mejor recurso para hidratarse que tomar agua hervida (té). Nada más cierto, aunque de inicio pueda dudarse. Luego de casi seis horas, se llega al paraje de Rancho Obispo en San Francisco Ozolotepec que está a 2,900 msnm.
Justina es la gentil anfitriona en este lugar. Junto con sus compañeras han preparado caldo de ejote frijolero, tortillas de maíz azul y salsa de papa (sí, leyó usted bien: de papa). ¡Y todavía falta el postre! Plátano perón a las brasas con miel de abeja.
Alrededor de la fogata aprendemos a pronunciar palabras en zapoteco, que yakunshiel significa loco, que San Francisco Ozolotepec tiene 1,500 habitantes y que las mujeres son quienes más producen.
Siempre he pensado que el olor a ahumado en la ropa es evocativo. De un lugar, días y gente en concreto. San Francisco Ozolotepec huele a ese humo-leña que cuece salsas y camaradería y acompaña el mezcal a tragos.
Tiene también de ese humo-niebla que enfría la noche y la punta de los dedos hasta dejarlos dormidos. Entre su humo-nube asoma la sierra sus diferentes narices.
El Objetivo
“Estamos seguros que hay otro México. Un México más, mayor, diferente al de los encabezados de los periódicos. Y está representado aquí en Copalita, principalmente con la gente, con su organización, su cultura, su convivencia, con su biodiversidad, su disposición, su confianza, proyectos y solidaridad. Su dedicación a la tierra, a la comunidad. Yo vengo aquí a recordarlo, cada vez”, cuenta Manuel Rosemberg, uno de los guías y cofundador del proyecto.
Por eso es fundamental que sea vivencial: experimentar la comida, convivir con gente de las comunidades, conocer sus ideas, su forma de organizarse, contemplar la biodiversidad, todo eso también es México.
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