Hace unos días los responsables municipales de Amsterdam reconocían estar desbordados por el elevado número de turistas que visitaban la ciudad y lanzaban una especie de SOS: “No venga tantos a visitarnos, ya no caben más”. La situación no es nueva. Ciudades como Venecia o Florencia hace décadas que fueron fagocitadas por el turismo masivo. Otras, como Praga, Brujas o Dubrovnik van por el mismo camino. En nuestro país, Barcelona lleva tiempo intentando entender en qué momento el turismo, antes anhelado, se convirtió en una fuente de problemas. ¿Existe una solución al problema de morir de éxito?
El fenómeno sigue unos patrones similares en cualquier lugar del mundo: primero una ciudad invierte ingentes cantidades en promocionarse y buscar una tajada del apetitoso pastel del turismo. Si hace bien los deberes, el número de visitantes se dispara y con él, los ingresos que generan. Y cuando las cifras se desmandan, denosta y aborrece los peajes derivados de ese fenómeno. ¿Cuánto debe Barcelona a los turistas llegados tras el lavado de imagen que supusieron los Juegos del 92?
El turismo es uno de los motores económicos del mundo, genera –según datos de la Organización Mundial del Turismo (OMT)- casi el 10% del PIB mundial si sumamos los beneficios directos y los indirectos. Pero también es un Atila que arrasa cuanto toca. Nada aculturiza más ni altera más las costumbres y el entramado social de una ciudad o región que un turismo de masas mal gestionado. Hay que tomar medidas, nadie lo niega. El problema es ¿cuáles?
La más fácil y recurrente es crear tasas turísticas. Gravar con impuestos. Catorce países de la UE ya la aplican. En España, solo lo hace Barcelona, que cobra una tasa por pernoctación, aunque la alcaldesa, Ada Colau, acaba de anunciar que estudia imponerla también a quienes visiten la ciudad de día, aunque no pernocten en ella (me pregunto cómo lo hará: ¿le cobrarán solo al que vaya con bermudas, calcetines blancos y sandalias? ¿en qué punto de la Diagonal se pondrá el control que separe a los que van de negocios o simplemente a ver al novio/novia de los que tienen la aviesa intención de visitar la Sagrada Familia y tomase una paella con sangría en Las Ramblas?)
¿Existe algún remedio para paliar los problemas de las ciudades turísticas que mueren de éxito? No creo que nadie esté en posesión de esa varita mágica. Lo que sí se es que las premisas sobre las que han de partir las posibles soluciones no son halagüeñas:
1.El turismo va a seguir creciendo. Ya son más de mil millones los humanos que se mueven anualmente por el mundo de forma recreativa y el número seguirá creciendo conforme nuevas regiones del globo se incorporen a niveles altos de desarrollo
2. Eso flujos son ingobernables; en una sociedad libre no hay manera de impedir que esos turistas vayan donde les de la gana, a no ser que volvamos a la ciudades medievales amuralladas y al derecho de portazgo. Puedes poner numerus clausus en un monumento –como ya se hace en la Alhambra o el Parque Güell- , pero no en una ciudad.
3. Las ciudades turísticas deben asumir que una parte de su geografía urbana quedará para siempre como un parque temático para el turismo y que la población local será expulsada de allí por una simple ley de oferta y demanda.
4. No hay soluciones milagrosas, ninguna ciudad la has encontrado de momento.
Lo que está claro es que solo imponiendo tasas turísticas no se soluciona el problema. Barcelona la aplica desde 2012 y no parece que haya resuelto nada. En este sentido recomiendo la lectura del artículo de Jesús Mota en EL PAÍS del pasado domingo La histeria fiscal se extiende por la ciudades turísticas: “Estamos ante otro caso endémico de la administración española de irracionalidad fiscal inducida por el pánico financiero y la imprevisión. Durante decenios el sector público y el privado ha entendido el turismo como una industria de coste cero en la que sólo hay que ingresar y recaudar sin que se les pase por la cabeza invertir en infraestructuras.... El resultado es masificación, suciedad localizada, zonas atestadas frente a otras vacías, pisos patera, borracheras y las vías públicas ocupadas por terrazas y chiringuitos”.
Igual que en un incendio forestal es imposible apagar el fuego más voraz y solo queda dejar que consuma lo que ya se ha apropiado mientras se crean cortafuegos para que no se extienda más, en las ciudades devoradas por el turismo masivo lo más inteligente es aceptar que –por desgracia- una parte del casco histórico quedará convertido en un parque temático de cartón piedra para uso turístico, a cambio de poder salvar otras zonas de la ciudad. Un dato a favor es que el turista siempre va a los mismos lugares, necesita de sus pares y busca esos escenarios falsos del parque temático, con sus terrazas, sus chiringuitos y su oferta estandarizada, que es igual en Barcelona o San Petersburgo. Eso ayuda a controlar los flujos y a evitar que el caballo de Atila pisotee otras zonas de la ciudad.
En el caso de Barcelona creo que aún están a tiempo de parar, pensar y tomar decisiones. Las medidas que está tomando el equipo de Ada Colau pueden ser más o menos acertadas y controvertidas, pero al menos le alabo la valentía de hacer frente al problema.
Solo queda una labor inteligente y paciente, soluciones imaginativas e inversión del dinero generado por el turismo en crear nuevas infraestructuras y diversificar las zonas de atracción. La mejor solución para Barcelona es un cóctel de soluciones: crear campañas de promoción y acciones encaminadas a lanzar un mensaje muy claro a touroperadores y mercados exteriores: Barcelona no es un destino low cost de borrachera. Legislar fenómenos como el de AirBnb de manera que se elimine de ese mercado a los que se profesionalizan y gestionan docenas de pisos sin dañar la necesaria economía colaborativa y la libertad individual para alquilar una habitación en tu propia casa (pagando impuestos por ello); me consta que los propietarios de esa web están por la labor de ayudar a que esto sea así. Y mano dura al aplicar las ordenanzas municipales ya existentes en cuanto a ruido, beber en la calle y actos incívicos.
Cualquier cosa, menos poner puertas al campo o pensar que cobrando más tasas turísticas se soluciona todo.
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