A pesar de las perrerías que le hacemos, la Madre Naturaleza sigue siendo generosa con nosotros y nos brinda lo mejor de ella para que podamos disfrutar, de la mejor manera posible, nuestro breve paso por este mundo. En la bella costa vasca ha prodigado sus dones con gran esmero y las posibilidades de realizar deportes al aire libre son variadas y a cada cual mejor.
Gentes de toda España acuden aquí en busca de las mejores olas para practicar el surf; otros recorren los senderos que horadan densos bosques e imponentes montes; muchos ciclistas realizan su puesta a punto en estas carreteras duras y rodeadas de verde. Y así podríamos seguir enumerando muchos más. Entre estas actividades hay una que es relativamente nueva: el coasteering. Pero empecemos por lo básico…
¿Qué es el coasteering?
Este término, utilizado para designar a un nuevo deporte de aventura, se dice que fue acuñado en tierras galesas. Al menos eso me comentaron cuando estuve probándolo allí por primera vez, hace justo un año.
Viene de la palabra inglesa “coast” (costa) y viene a significar, más o menos, “costear”. La verdad es que no hay forma más sencilla de describir literalmente de lo que se trata esta actividad.
En el coasteering juegas con los atributos costeros de la naturaleza. El mar y las rocas se convierten en tus aliados para pasar unas horas divertidísimas en las que no pararás de moverte. Irás vadeando la costa, algunas veces nadando, otras caminando sobre rocas y otras lanzándote al agua desde las mismas.
Para poder realizar la actividad necesitarás un traje de neopreno (no sólo por la temperatura del agua, sino también para protegerte de los bordes cortantes de las rocas y sedimentos que las recubren), casco, guantes, calzado de suela gruesa (conviene que se adhiera bien a superficies húmedas y resbaladizas) y un chaleco salvavidas. Este es el equipo que te proporcionará cualquier empresa que se precie. Además, deberá acompañarte un guía contrastado, que sea gran conocedor de la zona costera por la que vas a realizar la actividad. Esto es fundamental para conseguir vislumbrar una ruta por las rocas y, sobre todo, poder realizar saltos con seguridad, ya que deberá controlar la profundidad de cada poza, teniendo en cuenta los cambios de marea.
A parte de todo esto, ya sólo necesitas tener ganas de pasarlo bien.
Nuestra experiencia de coasteering en la costa vasca
A pesar de las nefastas previsiones del tiempo, el domingo por la mañana el sol sacaba los mejores colores a la bonita costa de Gorliz.
En este pequeño pueblo costero de la comarca de Uribe, tiene su base de operaciones la compañía de deportes de aventura, Trokabentura, fundada y comandada por el gran Txapas, un tipo activo y simpático cuya mente inquieta no puede dejar de idear nuevas maneras de disfrutar de la naturaleza.
Nuestro grupo de aventureros estaba alborotado porque veníamos de hacer parapente y todos comentábamos la jugada mientras nuestro monitor, un chaval simpático que se hacía llamar Satán, nos iba entregando los trajes de neopreno.
Una vez equipados con traje, guantes, casco, zapatillas y chaleco salvavidas, Txapas y el Señor del Averno comenzaron a darnos algunas indicaciones básicas para ayudarnos a desenvolvernos en las rocas de los acantilados cercanos a la playa de Gorliz.
El sol calentaba sin piedad nuestros negros trajes de neopreno y comenzamos a experimentar una sensación casi imposible en el mayo de Euskadi: tener calor.
Al poco, hicimos dos equipos y cogimos dos enormes tablas de SUP (Stand Up Paddle) para cargarlas hasta la cercana playa. Estas tablas de Big SUP eran mucho más grandes que las que había visto en otros lugares. Con capacidad para 8 o 10 personas, yendo sólo cinco (como era nuestro caso) nos daba una gran estabilidad en el mar.
Una vez en la orilla, nos colocamos de rodillas sobre las tablas y comenzamos a remar hacia los acantilados que teníamos a nuestra derecha.
Combinar el SUP y el coasteering es una gran idea porque en cada actividad ejercitas zonas distintas de tu cuerpo, convirtiéndolas en complementarias.
Llegamos a las rocas en menos de 10 minutos y saltamos de las tablas al agua. A pesar del neopreno, el primer contacto con el agua del Cantábrico es siempre algo impactante. Nos comentaba Txapas que la temperatura del mar podría andar por los 16 grados en esa época del año. ¡Pero nada detiene al aventurero de verdad!
Nos agarramos a las primeras rocas y comenzamos a caminar por sus bordes afilados. La mejor forma de salir del agua y agarrarte a la roca es jugar con las corrientes del mar. Adopta una posición de piernas flexionadas y pon los pies por delante. Cuando te empuje levemente la ola, prácticamente no tendrás que hacer fuerza con los brazos para subirte a la piedra.
Andábamos buscando siempre los mejores lugares donde pisar. El terreno está lleno de agujeros, y los sedimentos y el musgo hacen que puedas resbalar.
No siempre vas avanzando en horizontal. Ascendimos un poco para realizar nuestro primer salto de cierta consideración. La sensación de saltar al mar desde unos metros de altura es una pasada. En algunos de ellos tienes que tomar algo de impulso para no tener problemas con las rocas que asoman por debajo de la repisa en la que te encuentras. Después ya es cuestión de saber caer. La mejor postura es con la piernas algo flexionadas (para preveer y absorber cualquier posible impacto con rocas del fondo marino) y los brazos cruzados sobre el pecho. Al menos esa es la teoría. En la práctica, en el primer salto tuvimos de todo. Gente que abrió los brazos (un servidor entre ellos), otros que cayeron para adelante, otros hacia un lado, hacia atrás… Como diría alguno: “P´habernos matao“. A partir de aquí la cosa mejoró y fuimos puliendo nuestra técnica.
Mientras vadeábamos la costa me quedé observándola. Las paredes de roca eran de distintos colores gracias a los diversos sedimientos que las componían. Estos se combinaban con el verde de la vegetación y el azul del mar para crear una estampa preciosa. Se me ocurrían pocos sitios más bellos para realizar coasteering que la costa vasca.
Seguimos brincando como cabras por la zona. Agua, roca… Roca, agua. De esta guisa llegamos a la cala de los Contrabandistas, donde una sorpresa en forma de barco – en el que realizaríamos una cata de vino que se conserva a varios metros bajo el agua – nos esperaba.
Yo, como no estoy bien de la cabeza, pedí al gran Txapas que me llevase a un último salto antes de comer. Era el más alto del día, de unos 12 metros, y hacia él fuimos los dos solos. Cuando saltó desde la repisa y me dejó solo, debo reconocer que me temblaron un poco las piernas y tardé en decidirme a saltar.
La altura daba respeto, pero lo peor era ver el pequeño saliente que había justo debajo de mí. Tendría que saltar con cierto impulso para no correr peligro, y el terreno y mis desgastadas zapatillas de fútbol sala, no hacían la cosa fácil. Al final reuní el valor para saltar y fue lo mejor del día. La adrenalina recorrió todo mi cuerpo, provocándome una sensación grandiosa. Un gran final de coasteering.
Después regresamos a nado al barco y disfrutamos de un buen picoteo al sol del norte, que, a pesar de los rumores, también existe.
Una mañana espectacular rodeado de un paisaje precioso y gente inmejorable.
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