Cerca de la frontera con Álava, una pequeña población riojana de poco más de mil habitantes vive ligada íntimamente a la cultura del vino.
San Vicente de la Sonsierra intenta cobijarse de los vientos a los pies de la sierra del Toloño, entre un paisaje agreste en el que los viñedos tapizan gran parte del terreno. No lo consigue, pues el viento es aquí constante e intenso, como los vinos que produce, considerados por muchos expertos enólogos como de los mejores de España.
San Vicente de la Sonsierra es un pueblo de arraigadas tradiciones históricas. El sentimiento por la tierra y las viñas antiguas ha pasado de generación en generación, considerándolas como parte del patrimonio de la villa.
Y es que aquí patrimonio y vino van de la mano, tal y como pude comprobar en la visita que me llevó a conocer la Bodega Carlos Moro y sus alrededores.
El Castillo de San Vicente de la Sonsierra
Por ello no me sorprendió ver que junto al icónico castillo de San Vicente de la Sonsierra se habían encontrado antiguos lagares en los que se cree que se producía vino hace unos dos mil años. Además, existían calados (estos de menor antigüedad) para conservar las barricas de vino a la temperatura ideal.
La visita al castillo de San Vicente fue divertida e innovadora.
Una desapacible mañana de septiembre nos encontramos en la plaza principal de un San Vicente de la Sonsierra en fiestas a Maribel, la simpática – y preparada – guía que nos acompañaría en nuestra visita al castillo.
Lentamente, mientras Maribel nos explicaba los orígenes de la villa y algunas anécdotas históricas más, fuimos ascendiendo hacia la suave cima en la que se erige la fortaleza. Cuando hubimos llegado frente a ella, Maribel nos enseñó unas pequeñas mochilas rojas y de ellas sacó una sorpresa totalmente inesperada: unas gafas de realidad virtual para cada uno.
Debo reconocer que era la primera vez que probaba una de esas, pero hacía tiempo que tenía ganas de hacerlo. Me quedé sorprendidísimo y valoré muy positivamente esta iniciativa turística.
Al ponerme las gafas, el cielo dejó de ser gris para contemplar la Puerta de la Primicia, principal entrada al primer recinto del castillo, recortada ante un cielo azul y sin rastro de nubes. Mientras intentaba acostumbrarme a la realidad virtual, nuestra guía nos contaba que aquella fortaleza se había levantado – a finales del siglo XII y por orden del rey Sancho el Sabio de Navarra – como parte de la línea defensiva de Laguardia y Labastida, en una posición elevada desde la que se dominaba el Ebro.
Con las gafas de realidad virtual podía ver aquella parte de la entrada tal y como había sido en el siglo XIII o en el XV. Una recreación fiel realizada por arquitectos que, además, incluía pequeñas explicaciones históricas cuando dirigías la mirada a uno y otro lado.
De esa guisa – aunque nos quitábamos las gafas para ir de un punto de interés a otro, pues no se puede caminar con ellas puestas, al sentir que lo haces en el vacío – seguimos admirando el patio, las torres del homenaje y del reloj, y la iglesia de Santa María la Mayor, el templo, joya del gótico tardío, que se construyó junto al castillo en el siglo XVI.
Desde lo alto de la torre del homenaje las vistas, ya sin gafas virtuales, eran esplendorosas. El Ebro corría allá abajo, manso, con la suficiencia de saberse el río más caudaloso de España. Sobre él, tendido, se halla el viejo puente romano. Las sierras del Toloño, más cerca, y de La Demanda y Cantabria, más lejos, dan el toque montañoso a un paisaje dominado por, como no podía ser de otra manera, una alfombra de viñedos que lucían verdes y lustrosos al encontrarnos a tan solo un par de semanas de la vendimia.
Como suelo hacer en los monumentos históricos, intentaba imaginar cómo era la vida del castillo en otra época. En este caso, además, tenía la suerte de contar con las gafas de realidad virtual. Una ayuda innegable.
Los gritos de batallas en torno al castillo se apagaron entre principios del siglo XVI y mediados del XIX, cuando volvería a tomar protagonismo por las Guerras Carlistas. Hoy en día, tras varias profundas reformas, la fortaleza está abierta al público las 24 horas del día, pero os aconsejo realizar la visita guiada para sacarle todo el jugo posible. Podéis conseguir más información sobre ellas en la web oficial de turismo de San Vicente de la Sonsierra.
Ermita de Santa María de la Piscina
A menos de 4 kilómetros del centro de San Vicente de la Sonsierra, se halla la muestra mejor conservada y más completa del románico en La Rioja.
La ermita de Santa María de la Piscina se levanta sobre un collado custodiado por dos cerros, junto a extensos campos cubiertos por viñedos.
Levantada en el siglo XII, fue renovada en 1975 al encontrarse en estado ruinoso. Justo junto a ella, sobre una ladera que desciende suavemente hacia el valle, se encuentra una necrópolis de repoblación, con tumbas datadas entre los siglos X y XIV. En ese lado hay 49, existiendo cuatro más junto al muro este de la iglesia, próximas al ábside.
Descendiendo aún más por la pendiente que lleva a la necrópolis, se hallan lagares más antiguos, volviendo a reseñar la íntima comunión que en San Vicente hay entre el vino y la vida desde tiempos inmemoriales.
Visité esta bella ermita de una manera muy original: como parte de una visita literaria a algunos de los lugares más hermosos de San Vicente de la Sonsierra y sus alrededores. Y es que es en esta zona donde se desarrolla la trama del libro ‘A Merced de un Dios Salvaje’, una de las obras del gran escritor logroñés, Andrés Pascual.
Literatura, patrimonio, paisajes y vino… ¿Qué más se puede pedir a un lugar?
La entrada San Vicente de la Sonsierra: patrimonio histórico ligado al vino se publicó primero en Viajablog.
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