miércoles, 2 de octubre de 2019

Kafka en Bangladesh, una anécdota de viaje digna del escritor checo (o de Joseph Heller)

Creo que un viaje sin anécdotas puede ser un buen viaje, pero un viaje con anécdotas es un gran viaje. Cuando la vida imita al arte, te puedes encontrar con la situación kafkiana de que no puedes ir a un sitio sin un permiso que sólo se expide en ese sitio, como me pasó a mí en Bangladesh.

Y entonces esa situación se convierte en un desafío, se busca la manera de solucionarlo y, si lo consigues, se eleva al rango de anécdota.

Yo me encontré en una situación así viajando por Bangladesh, cuando quise ir de Chittagong, una industriosa y portuaria ciudad al sur del país, al Distrito de Bandarban, una semisalvaje área de montañas y jungla donde, en algunas zonas, existía actividad guerrillera tribal.

No, mi ruta prevista no incluía ninguna de esas zonas.

Una mañana me acerqué a la Estación de Autobuses de Chittagong y busqué la taquilla.

“Un billete a Bandarban”, le pedí al empleado.

“¿Tiene el permiso?”, me contestó él.

Como podréis adivinar, a su pregunta contesté con otra porque no sabía de qué me estaba hablando, y así fue cómo me enteré de que para ir al Distrito de Bandarban era necesario un permiso especial que sólo podía solicitarse y obtenerse únicamente en las oficinas gubernamentales del Distrito de Bandarban y en ningún otro sitio.

El Deputy Commisioner (o D. C., Vice Comisionado) del Distrito de Bandarban, que se encontraba en su oficina gubernamental de Bandarban, era la única persona que me podía otorgar la autorización para viajar pero sin autorización para viajar no podría llegar a él.

Me encontraba ante una paradoja sin aparente salida, en la que la propia norma a seguir hacía imposible conseguir lo que se pretendía regular con la propia norma.

Un estadounidense, o un conocedor de la obra del escritor Joseph Heller, automáticamente sabría que me había metido de cabeza en una situación “Catch-22” de libro.

Nunca mejor dicho, porque Joseph Heller tituló así su libro satírico “Catch-22”, ambientado en la II Guerra Mundial. En él, un aviador ve cómo cada vez que llega al número de misiones necesarias para volver a casa, sus superiores aumentan el número de misiones necesarias para volver a casa.

Pero no es esa la situación o trampa Catch-22.

Cuando el aviador empieza a buscar maneras de dejar de volar e investiga sobre cómo hacer para que le declaren mentalmente incapaz en un examen médico, descubre que un aviador que solicite que se le realice un examen médico que demuestre que está mentalmente incapaz para volar…está suficientemente sano como para seguir volando.

No tenía intención ninguna de que una trampa burocrática, al menos esa en concreto, me hiciera perder la cordura.

Vino a mi memoria que cuando viajé por Birmania unos años antes, justo después de las protestas civiles de la reprimida “Revolución de Azafrán” (por el color de las túnicas de los monjes budistas), me había encontrado con una situación similar.

Una gran parte del país, rebautizado Myanmar en 1989 por la dictadura militar socialista que dirigía el país, se encontraba prohibida a los extranjeros por los atentados y represión militar que se efectuaban entre las guerrillas de distintas etnias y las tropas gubernamentales.

Para realizar un recorrido en moto por las montañas en torno a Kyaukme, en pleno Estado Shan (una de esas minorías étnicas), yo tuve que pedir un permiso especial, pero lo obtuve antes de ponerme en marcha.

Teniendo en cuenta que sólo un funcionario sabe hasta qué punto otro funcionario puede bordear las normas y disposiciones, y sin saber muy bien cómo era la relación entre los políticos de Chittagong y de Bandabar, tomé la única decisión que se me ocurrió y que juzgué bastante más sensata que liarme a gritos con el pobre hombre de la taquilla.

Pregunté cuál era la dirección, qué vehículo debía coger y dónde estaba estacionado y me subí a un autobús con destino a la Oficina del Vice Comisionado de Chittagong.

El enorme edificio de ladrillo rosa oscuro, de exterior precolonial e interior de postcolonial abandono, era sólo la posible antesala del laberinto burocrático que me esperaba pero me sonrió la suerte, en forma de un pequeño señor que venía a hacer unas gestiones y se erigió en mi autoproclamado representante.

Sorteamos juntos las primeras ventanillas, explicaciones e indicaciones y acabé sentado en un banco, junto a la puerta de acceso al grupo de despachos del Deputy Commisioner, esperando a que nos recibiera su ayudante. Repetí la explicación sobre mi situación, se ausentó para realizar unas gestiones y volvió al cabo de pocos minutos indicando que le siguiera.

Rodeando pequeñas mesas en grandes salas donde se apilaban, en dudoso equilibrio, montañas de legajos y expedientes necesarios para retroalimentar la maquinaria de cualquier Estado que se precie, llegamos al despacho del Vice Comisionado.

Le expliqué la situación al hombre y jugué la baza del turismo, indicando que escribía en un blog de viajes. Me preguntó cual, se giró hacia su ordenador y tecleó en el navegador www.viajablog.com

Durante un segundo sentí pánico porque no sabía qué aparecería en la pantalla (porque mira que hemos escrito artículos curiosos, tanto sobre higiene corporal como sobre aspectos duros de la vida en Bangladesh el día anterior, pero, afortunadamente, esa mañana habíamos publicado un inocente artículo sobre alojamiento y gastronomía en Chichiriviche (Venezuela).

Satisfecho con lo que había visto, descolgó el teléfono e hizo un par de llamadas. Después escribió algo en un papel, lo firmó y me lo entregó despidiéndose amablemente de mí mientras yo se lo agradecía con entusiasmo.

Con ese papel en la mano, volví a la estación de autobuses, a la misma taquilla, al mismo empleado y le repetí la misma petición de un billete para Bandarban, pero esta vez le enseñé el papel que había conseguido.

“El señor José Pérez es un periodista que desea acceder a Bandarban para conocer mejor la zona y sus atractivos para el turismo. Ruego se le den todas las facilidades necesarias para su viaje.

Firmado,

el Vice Comisionado de Chittagong”

Unas horas después me bajaba del autobús en Bandarban y al día siguiente me dirigía a la oficina del Vice Comisionado de Bandarban para tramitar oficialmente el permiso que me autorizaba a viajar a Bandarban.





No guardo el papel que me firmó el Vice Comisionado, se lo quedaron en uno de los controles de policía que había en la carretera antes de llegar a Bandarban. Lo que si guardo en el recuerdo, son las sonrisas de la gente en Dhaka y por todo Bangladesh.

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