Llegué de noche. El bullicio de la avenida Álvaro Obregón fue quedando atrás y, en cambio, lugares de comida japonesa, heladerías artesanales, librerías de viejo, cafés que prometían poesía aparecían como opciones originales para explorar luego de instalarme en Ignacia Guest House. La puerta se abrió. Ya me esperaban porque hice mi reservación anticipadamente. Mi habitación es la Azul. Solo tiene cuatro suites y una especial. Afuera quedó el ruido de la calles Jalapa y Chiapas. En el patio trasero se sirvieron cocteles a las 17:30 hrs y los desayunos (ambos servicios incluidos) se acomodan en la habitación, en la cocina o en el patio —según lo pida el comensal— de 8 a 12 hrs.
La casa tiene dos plantas y en el inmueble además de Ignacia está Casa Jacaranda, una especie de laboratorio culinario donde dan clases de cocina con un marcado enfoque de rescate de las recetas tradicionales y el uso de ingredientes frescos, casi que recién comprados en el mercado. El diseño del desayuno corrió a cargo de Casa Jacaranda. Y, doy fe, es suculento.
En la suite encontré agua de Casa del Agua y productos Loredana cuya fragancia relaja, apacigua, abraza. Olvidé por completo que estaba en una de las ciudades más grandes del mundo, la CDMX. La mayoría de los huéspedes acá son extranjeros, me cuenta Jorge, quien con un tacto espléndido me deja saber que estará para lo que necesite: recomendaciones de cena, servicio de taxi, opciones para ir de copas, teatro o hasta lucha libre. Él, entre prudente y alerta, me deja saber que está aquí para mí, para los pocos que andamos en esta casa cuya construcción se hizo en pleno porfiriato. Somos pocos y nuestros distintos, muy distintos: desde estadounidenses trotamundos hasta japoneses en busca de la esencia mexicana pasando por mexicanos que usan la casa como base de operaciones mientras un familiar está hospitalizado.
Las historias que encierra Ignacia Guest House son muchas y apenas lleva meses de funcionamiento. Sin embargo, la historia que más conmueve es la del árbol que me recibe y que da la bienvenida al patio: ese limonero fue sembrado por Ignacia, la ama de llaves de esta casa, quien vio pasar a varias generaciones de dueños que, por circunstancias no tan claras, le dejaron la casa. ¿Quién mejor que ella para conocer los dolores, las alegrías de la familia? ¿No fue Ignacia una más del clan?
Un tributo, un agradecimiento, un homenaje a la amistad, de ahí el nombre de este Bed & Breakfast.
Y esa energía liviana se cifra en este espacio decorado con un gusto contemporáneo que da lugar a las molduras originales de manufactura francesa, a la duela, a los libreros de pared a pared y de piso a techo. Sin duda, la arquitectura mantiene vivos, tras una restauración impecable, esos años de bonanza sin dejar de aportar innovación con los colores oscuros, fuertes, casi como una reminiscencia a Barragán. Aquí dialoga lo mexicano con el tiempo y con lo venido de otras tierras.
Tomé una ducha, bebí mi Nespresso, conecté mi dispositivo y dormí profundamente. Ahí tendida estaba tan perfumada y relajada que imaginé que quizá si hubiera tenido una nana se habría llamado Ignacia. La mañana me sorprendió tarde, porque las cortinas obstaculizaron al sol y yo olvidé poner mi alarma. Era sábado y ya estaba listo el desayuno en la mesa del jardín, frente al limonero, ese que sembró Ignacia y que da frutos dulces y tardes llenas de su fresca fragancia.
Aunque bien pude salir a las calles de la Roma Norte a encontrar ofertas culinarias audaces, preferí quedarme a escuchar el trinar de los pájaros, a beber sin prisa un jugo de naranja fresco. Me sentí, fugazmente, como turista. Agradecí los huevos rancheros con esos frijoles negros y el pan relleno de chocolate. Salí satisfecha y sonriendo: estaba a media hora de casa y aún así logré “viajar” lejos, como cuando has mudado la mirada tras el abrazo cálido de una nana, de una abuela, de una sabia.
Dónde está
Jalapa 208, Roma Norte.
T. 01 55 5584 2681
ignacia.mx
Geolocation is 23.634501, -102.552784
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