Escondido en la Sierra Norte de Puebla, Cuetzalan es uno de esos sitios que le dan sentido a la noción de Pueblo Mágico. Aquí la niebla, los cafetales, los helechos arborescentes entretienen la imaginación.
Llegué de noche a Cuetzalan. Ya no entré en ese momento al pueblo de calles empedradas donde transcurren las blancas vicisitudes de los nahuas. Me habían dicho que todo en su vida es claro: la ropa que los cubre, los edificios que los miran vivir y la neblina que al amanecer se apodera de la escalonada Plaza Principal. Tanta claridad fue postergada para el día siguiente; mientras tanto me quedé a la entrada, en la comunidad El Cuichat. Ahí hay una finca cafetalera llamada Reserva Azul.
No lo sabía entonces pero dormir en ella iba a ser un recuerdo al que siempre regreso. Desperté en un pala to —una amplia casa de campaña montada sobre una firme plataforma de madera—. Una taza de café me esperaba en la mesita afuera de mi desenfadado dormitorio. Me rodeaban cafetales y la promesa de un re- corrido para conocer el proceso de su cultivo. Más allá se extendían helechos arborescentes y la Cascada Corazón del Bosque, a la que habría de acudir después en un paseo a caballo.
Era domingo cuando por n estuve en la Plaza Principal de Cuetzalan, rodeada de pájaros y palmeras en lo alto; abajo había puestos de colores, frutas, manos intercambiando dinero y una tempestad hecha de voces. Porque ese día era día de tianguis, día en que la niebla se conjura con pan dulce, remedios ofrecidos por los viejos para las dolencias, rebozos de lana pintados con grana cochinilla y saquitos de café.
Era también uno de los días en que los hombres pájaro se descuelgan del tronco que se alarga frente a la Parroquia de San Francis- co de Asís —ese gigante un poco gótico, un poco románico, de una sola torre, donde los domingos al mediodía puede escucharse una misa oficiada en náhuatl—. Se trata de la Danza de los Voladores, el ritual prehispánico que resume la cosmogonía totonaca, la conexión entre hombres y dioses en todos los planos espaciales, y que Cuetzalan comparte con Papantla. Los vi volar en medio del barullo del mercado. Supe entonces que estaba, como en los cafetales, frente algo mágico. Naturaleza y cultura parecen ser una misma en este rincón serrano.
Completa la experiencia: Prueba los platillos de la gastronomía local en el restaurante Las Ranas (en el mercado de artesanías). Ahí también ven- den Café Tanesik, elaborado por un grupo de mujeres indígenas.
Imprescindibles de Cuetzalan
- Asomarse a la Casa de Cultura para ver la obra del pintor del pueblo: Gregorio Méndez Nava. Ahí también está el Museo Etnográfico Calmahuistic.
- Ir a la zona arqueológica de Yohualichan, que perteneció a la gran Totonacapan.
- Entrar al Mercado de Artesanías Matachiuj; hallarás cestas de fibra de jonote, vinos de frutas, yolixpa (una bebida a base de hierbas), tejidos en telar de cintura y bordados de pepenado hilván.
- Visitar el Santuario de Guadalupe, conocido como la Iglesia de los Jarritos por las piezas de barro que adornan su puntiaguda torre.
Toma en cuenta
Si quieres visitar las cascadas y grutas que circundan, lleva zapatos antiderrapantes e impermeable.
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