Los fenómenos astronómicos enriquecen los paseos por zonas arqueológicas en este equinoccio de primavera. En aquellas piedras monumentales hay un largo linaje que nos abraza con la fuerza de los cuatro elementos. Aquí la experiencia en dos de los sitios emblemáticos que se nos meten en los ojos con contundencia milenaria.
MONTE ALBÁN
Subí el último escalón de la pirámide casi gateando. El sol de la tarde caía a plomo. Recuperé la respiración y me senté a mirar desde la cima: las montañas rodeaban el valle con su falda ondulada, salpicada de casitas; las nubes rechonchas y ligeras como algodones de pochote. Cada año regreso a Monte Albán a vivir ese momento. Y confirmo cada vez que no hay nubes más hermosas que las de Oaxaca. Sin embargo, la última ocasión que fui entendí algo nuevo. Me parecía muy raro que el observatorio estuviese ahí, en medio de la plaza. A fuerza de verlo, me pareció que era como un corazón geométrico emitiendo los latidos de una música que ahora solo podemos leer en los vestigios, los ángulos, el ritmo de las escalinatas, los “silencios” entre un basamento y otro. Alargué con la imaginación las sombras que proyectaba el sol sobre el terreno de la plaza y, de pronto, se formó un mapa como los que hacen los astrónomos para describir la trayectoria de las estrellas.
Entonces comprendí por qué dicen que la arquitectura prehispánica está viva. Quizás los astrónomos zapotecas –músicos celestes, coreógrafos de lo intangible– trazaron las ciudades para poder repetir, año tras año, la danza infinita del cosmos.
NO DEJES DE…
Admirar los relieves y jeroglíficos en el Templo de las inscripciones de Palenque.
PALENQUE
Que si Pakal esto y lo otro; que si la deformación craneana y la tecnología hidráulica; que si la tumba de su mamá y la estela de su papá… Por más que le ponía atención al guía, yo estaba en otro canal. Habíamos entrado al sitio por un sendero de selva tan impresionante, que me había quedado en la frecuencia de la naturaleza. Vi edificios sostenidos por las raíces de las ceibas que les crecieron en las entrañas; escalinatas cuya belleza radicaba en la diminuta capa de musgo que las cubría; inscripciones que se volvían legibles gracias al moho; remates arquitectónicos que pasarían inadvertidos si no estuviesen enmarcados por árboles centenarios; muros que perdieron su anonimato gracias a los líquenes multicolores… Si alguna vez quise saber cómo había sido la ciudad prehispánica, ahora ya no me importaba. Lo siento por los restauradores: Palenque se ve más hermosa con esa piel de selva.
NO DEJES DE…
Disfrutar de los trazos del muro de los danzantes en Monte Albán.
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