Octavio Paz (Premio Nobel de Literatura 1990) nació en la Ciudad de México y vivió en un pueblo por el que hasta sus últimos días sintió un gran afecto, lugar que además tuvo eco en sus letras: el barrio de Mixcoac.
“Mixcoac es ahora un suburbio más bien feo de la ciudad de México, pero cuando yo era niño era un verdadero pueblo. El barrio en el que yo vivía se llamaba San Juan y la iglesia, una de las más viejas de la zona, era del siglo XVI. Había muchas casas del XVIII y del XIX, algunas con grandes jardines, porque a finales del diecinueve Mixcoac era un lugar de recreo de la burguesía capitalina”. menciona el autor en sus memorias.
Lo cierto es, que en este enigmático barrio donde se encuentran ruinas prehispánicas atrapadas en el Periférico, donde está el aún místico Callejón del Diablo, la Casa Morisca de la familia Serralde hoy transformada en un antro, la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán que se sostiene desde 1595 y el suelo que alguna vez albergó el centro psiquiátrico más grande de México (La Castañeda); fue el entorno donde el escritor vivió durante casi toda su infancia hasta los diecisiete años.
Su madre de origen español fue quién tomó la decisión de que vivieran en este pueblo en donde se encontraba la casona del abuelo paterno, Ireneo Paz (Ahora convento de monjas dominicas). El poeta mexicano recuerda en algunas entrevistas que fue en esa casa, donde tuvo sus primeros acercamientos con las letras, ya que su abuelo contaba con una gran biblioteca.
“En la biblioteca la literatura y la historia de España ocupaban un lugar central. Desde la orilla española vislumbré el mundo árabe y me deslumbró. No sé todavía cuál era mi héroe favorito, si el Cid o Almanzor. De modo que por los dos extremos de mi ser, el indio y el español, muy pronto tuve conciencia de otros mundos y otras almas.”
Paz, desde temprana edad gozaba de grandes espacios de lectura, para después salir a jugar al patio donde el escritor recuerda que trepaba una higuera para imaginar un cosmos inmenso por el cual podría viajar. De esa casa salía para asistir en sus primeros años como estudiante al Colegio Francés Morelos y posteriormente al Colegio Williams, ambos ubicados en su barrio. “El gringo”, “El gachupín” son algunos apodos que sus compañeros le pusieron por sus ojos claros. “Para el mexicano la vida es una posibilidad de chingar o de ser chingado”. Años después reflexionaría sobre la identidad mexicana en su libro, ahora un clásico El laberinto de la soledad. Quizás desde sus primeros años tendría la capacidad de observar la realidad de su entorno, que con el tiempo se convertiría en la voz crítica en decenas de libros de ensayo y de poesía que hoy son imprescindibles en la literatura universal.
En sus memorias, Paz menciona que alguna vez de niño junto con una prima encontraron una edificación que les pareció una pirámide, se trataba de la zona arqueológica, pero al contarlo a sus familiares no les creyeron, también recuerda la primera vez que vio la Casa Morisca de los Serralde, sintió una gran fascinación por recordar su acercamiento con la literatura de oriente.
“Mixcoac estaba vivo, con una vida que ya no existe en las grandes ciudades.”
Mixcoac sigue cambiando y pocos recuerdan el paso el poeta por esta zona y más lo recuerdan por su casa en Coyoacán, misma que tiene una placa en la entrada, sin embargo si queremos encontrar más vestigios de Mixcoac por la obra del mexicano la recomendación es acercarse a los poemarios Vuelta y Pasado en Claro, para después ir a dar un recorrido por todos los lugares que se evocan en estos textos.
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