Inicia el otoño. Es sinónimo de explosión de colores: tonos rojizos, amarillos, ocres y dorados que asociamos con Estados Unidos y Canadá. Sin embargo, este fenómeno también se da en bosques mexicanos que cuentan con árboles muy especiales y espectaculares que llegaron del norte durante las glaciaciones.
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La llegada del otoño está marcada astronómicamente por el equinoccio del 21 de septiembre. Los días se van haciendo más frescos y se acortan, lo que, para algunas plantas y árboles, significa entrar en un periodo de descanso.
Liquidámbares, nogales, tilas, sicomoros y algunas especies de robles se transforman en antorchas en los bosques de niebla de la Sierra Gorda, Querétaro, donde encuentran las condiciones de las que dependen.
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Localmente conocidos como quirambos o somerios, los liquidámbares han ido en retroceso debido a la transformación del paisaje.
Potreros y milpas sin sentido, ubicados en empinadas laderas, han acabado con los liquidámbares tanto en la Sierra Gorda como en Tamaulipas o Chiapas, donde ni el decreto de área protegida los salva. Sin embargo, los de las imágenes gozan de plena protección en una reserva privada.
Las ranas arborícolas son activas en el otoño, cuando se esconden en las hojas recién caídas, las cuales forman cada año efímeras alfombras.
Estos gigantes alcanzan hasta 40 metros de altura. Son rectos, varias veces centenarios y, cada año, pasan gradualmente del verde intenso que los caracteriza a los tonos cálidos que traen marcados en sus genes. Primero son solo algunas hojas las que anuncian el cambio. Siempre son los mismos individuos los que dan el aviso pues, al igual que los humanos, cada uno tiene su metabolismo.
Los liquidámbares se emparejan poco a poco y llegan a un pico máximo de color en los últimos días de noviembre y principios de diciembre, para pasar enero y febrero sin hojas, esperando a la primavera. A sus pies quedan robustos tapetes de hojas.
Fotografiar estos árboles cada año se ha convertido en una obsesión. La luz, la niebla y el ritmo de cada otoño crean imágenes distintas y, aunque no lo parezca, los bosques son dinámicos y cambiantes.
Ellos han visto pasar generaciones de humanos, nos han visto crecer y seguirán ahí mucho tiempo después, engalanando a los últimos bosques de niebla del país.
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