Asomado a una de las almenas de las poderosas torres defensivas del Alcázar de la Puerta de Sevilla, contemplo el perfil de la bella Carmona. Como una mujer bella e interracial, moldeada por las distintas civilizaciones que se asentaron en la zona, se ilumina bajo la intensa luz de una calurosa tarde de principios de octubre. Su piel, tersa y blanca, la forman las pequeñas casas de fachadas níveas que jalonan el laberinto de calles de su excepcional centro histórico. Las curvas y la voluptuosidad, las ponen – en contra de toda lógica – las altas torres de las iglesias.
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