El cubano está famélico con un hambre que no hay manjar del campo, cielo o mar que aplaque.
Sí, tiene cartilla de racionamiento. Sí, se gasta el sueldo de un mes en una docena de huevos. Sí, vive bajo una dictadura desde hace dos generaciones y dos Castro distintos (ninguno delgado), pero esa vital necesidad de alimento sólo le atenaza el estómago.
Es el alma del pueblo cubano la que más hambre pasa y que sólo tú, que viajas a Cuba, puedes saciar.
Verás el apetito salvaje en sus miradas cuando pasees por las calles de La Habana, y no es necesidad que sacien con unas monedas, unos bolígrafos o un cuaderno de notas (aunque algunos te los pedirán).
El vacío de su alma es tan antiguo como el mundo, es el hambre de compartir historias, es el hambre de hacer preguntas y de dar respuestas, es el hambre de comunicarse con quien precede de lejanas tierras porque a esos visitantes no les prohíben viajar.
De Cuba puedes venir con muchas fotos, como es mi caso, pero también has de traerte unas migajas del banquete que es charlar con los cubanos de a pie.
Con precaución, porque a veces se te puede indigestar pues tu estómago/alma ha sido mimado y cuidado sin las carencias y yugos de la isla caribeña.
Otras veces, bueno, no puedes estar seguro de que los de la mesa de al lado no le cuenten a nadie tu menú compartido con un cubano.
Entre los platos que no pueden faltar en esta comida entre el extranjero y el cubano, están los recuerdos de tiempos pasados, la dureza del presente, la promesa de un futuro mejor.
Y, antes de empezar a comer, recuerda que desde hace unas semanas se bendice la mesa con humildad y esperanza, rezando a San Obama.
Entre la gente con la que compartirás mesa encontrarás taxistas cuyo principal ingreso procede de pasear a turistas por La Habana, bien en coche propio o alquilado al Estado por 45 pesos al día.
Esos Buick, Chevrolet y otras marcas clásicas de los 50 son ahora el medio de transporte favorito de quienes llegan a Cuba “antes de que cambie”, y dispuestos a pagar 30 pesos por disfrutar de un viaje de una hora en ellos.
30 pesos de los caros, por supuesto.
El Gobierno de Cuba mantiene en estos momentos dos monedas con el mismo nombre, genérico, Peso, pero con apellido distinto y valores con una disparatada diferencia.
El CUC o peso convertible tiene una paridad artificial con el dólar y es el que reciben los extranjeros en las casas de cambio y bancos a cambio de sus preciadas divisas. Con él pueden comprar souvenirs, a precios europeos, cervezas a precios españoles, y pagar transportes como los taxis o calesas.
El CUP es el peso de los cubanos atados a la isla. Con él pueden comprar los tomates a 7 pesos la libra o la cebolla a 10 pesos la libra. Con una pensión de 720 pesos al mes, haga usted los cálculos de lo que pueden comer.
¿La diferencia entre un peso y el otro? El peso que yo obtengo por mi euro vale 25 veces más que el peso que gana un cubano. Y, si, hay maneras de que un cubano pueda cambiar, fuera de la legalidad draconiana, “mis” pesos por “sus” pesos.
Porque si de algo no carece el cubano es de inventiva para sobrevivir al día y a día, y las penas con música y ritmo son menos penas. Al menos mientras suena la canción.
Y la canción que suena estos días en La Habana habla de deshielo, de apertura del régimen al mercado capitalista formado por las inversiones de empresas de EEUU.
Siguiendo los pasos de empresas de Europa, las estrofas de la canción de Cuba hablan del negocio del turismo en forma de hoteles que se abren en sus playas, aviones charter que aterrizan en su aeropuerto y cruceros que atracan en La Habana.
Viaja a Cuba y sal del hotel, desciende del avión, baja del barco. Da una vuelta por las calles de La Habana Vieja y no tengas miedo del hambre de los cubanos, porque se sacia con tus palabras.
Habla con Sandalio de los tiempos en que los españoles tenían pequeños negocios, hoy cerrados, en su calle. Sonríe con Osvaldo mientras exhibe orgulloso su Buick esperando al primer turista de la tarde para que le solucione el día.
Entra en la casa de la señora que te ofrece ver de primera mano cómo viven los cubanos tras una fachada que amenaza derrumbarse en cualquier momento.
Si vas a Cuba, no olvides llevarte lo mismo que te encontrarás allí, sonrisas y ganas de hablar.
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