sábado, 31 de agosto de 2019

Ibiza y las serpientes

Tras mucho trasegar Ibiza a pie durante años nunca había visto rastro de serpiente. Tampoco los romanos, antes de mí. Ni los fenicios, que también certificaron su ausencia con anterioridad a éstos. ¿No las vieron por escurridizas? No, sencillamente porque no había. Ibiza, paraíso marítimo-terrestre donde los haya, andaba desde siempre libre de áspides, al contrario que en el Edén, el paraíso piloto por excelencia, en donde eran famosas por afilar sus lenguas ejercitándose en el habla bíblica, bajo tentadores manzanos con pies de Eva.

El nombre de Ibiza proviene precisamente por la sorpresa que causó a los fenicios el descubrir una isla libre de estos reptiles. Lo atribuyeron a que la protegía sin duda el dios Bes, por lo que determinaron bautizarla con dicho nombre. El topónimo Bes se transliteró en el de Ibiza tras muchos siglos entreverados de culturas dispares. ¿Puede humanizarse una isla con una palabra de etimología más evocadora?

Ibiza y las serpientes - Viajeros por el Mundo

Bes era un dios menor de origen egipcio que ponía a raya a serpientes y otros reptiles ponzoñosos. Sentía una especial aversión hacia las primeras, no las podía ni ver, al igual que a la Virgen María después, que gustaba pisar sus cabezas con su 36 de pie, pura terracota encallecida. Iconográficamente se le representaba a Bes blandiendo una espada en una mano, en tanto que con la otra atenazaba del gaznate una culebrilla cualquiera de acequia medio muerta de miedo. En la Antigüedad se le consideraba un dios menor, aunque con no pocos devotos, quienes portaban una pequeña figurilla suya colgada del cuello a modo de amuleto. Su aspecto era de lo más simpático: un enano contrahecho, grotesco y bestial cual fauno, pero más rijoso si cabe. Era feo con ganas, pero a fuerza de serlo resultaba hasta gracioso. (Vamos, a mí que no me toquen al Bes éste.)

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Tal fama alcanzó Ibiza en esta cuestión que se convirtió en consagrado talismán contra serpientes. Se cuenta que las legiones romanas portaban siempre un odre con tierra arcillosa ibicenca a fin de escanciar con ella el perímetro de los campamentos que levantaban. De este modo pensaban que mantenían alejados a los siempre temidos ofidios.

Y es verdad cuanto he dicho, jamás avistaron mis ojos una siquiera, tal como afirmaba al principio. A pesar de que a veces les he tendido trampas desnudándome de Adán bajo las higueras (aquí los manzanos dan higos). En balde mi ardid, nada culebreaba aquí en la hierba salvo mi deseo de permanecer.

Hasta que ayer vi la camisa vieja de una. Esta muda es la primera prueba presenciada por mí de lo que vienen contando aquí los periódicos los últimos años, que no es otra cosa que la isla ha perdido su virginidad con las serpientes.

Llegaron recién nacidas hechas un ovillo de escamas en los terrones aprehendidos a las raíces de los olivos gigantescos traídos de la península para ser transplantados aquí. Así es, la magia protectora que dispensó Bes a la isla se ha desvanecido por algo tan prosaico como el querer presumir de olivo andaluz centenario en el casoplón millonario de turno. Ved pues de qué forma se han vuelto a valer las serpientes de la vanidad humana para burlar la voluntad de los dioses.

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