lunes, 12 de agosto de 2019

El tren circular de Yangon, la mejor manera de conocer la ciudad

He cogido casi una decena de veces el tren circular de Yangon y no me canso de hacerlo. Tal es el dinamismo y la pureza de la mejor manera de conocer la que fuera capital de Myanmar hasta que la junta militar birmana, aconsejada por astrólogos, decidió llevarse tal honor a la céntrica, y desierta, Naipyidó.

Da igual qué ciudad figure en los mapas políticos como capital del país, Yangon sigue siendo el motor de la economía y la vida urbana birmana.

Una estación colonial y birmana

La estación central de trenes de Yangon es la más grande e importante del país, siendo la principal puerta de acceso a los más de 5.000 kilómetros de vías que se ramifican por todo el territorio.

Construida por los ingleses, en estilo colonial, en 1877, fue destruida en 1943 por ellos mismos, cuando los cruentos acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial les obligó a evitar que cayera en manos de las tropas japonesas.

Su reconstrucción, en claro estino birmano, se finalizaría en 1954, siendo declarado como uno de los puntos de mayor interés de la ciudad en 1996.

Hoy en día, el gobierno birmano trabaja con una compañía japonesa para la modernización del ferrocarril del país, y es por ello que pare del trayecto que realiza el tren circular se halla en obras. Cambios para mejor. O no.

El tren circular: un tren de vida

Yangon es considerada por el turista como una ciudad de paso. La mayoría de vuelos internacionales, ya procedan de Europa o Asia, suelen aterrizar aquí y ante la humedad y el caos, la elección mayoritaria es huir lo más rápido posible.

Sin embargo, para aquel que tiene algo de paciencia y sabe mirar más allá, Yangon es una ciudad fascinante.

A la pagoda más espectacular y sagrada de Myanmar (y de las de mayor renombre del sureste asiático), Shwedagon, hay que sumarle los atardeceres en el lago Inya, el inmenso parque de Kandawgyi, el colorido de Chinatown, los edificios coloniales de Pasondan o el magnífico, y colonial, hotel Strand. Solo por nombrar unas cuantas cosas. También existen opciones para la vida nocturna y un ambiente callejero difícil de igualar.

Pero, sin duda, la mejor manera de empaparse de la verdadera vida de Yangon, es tomando su tren circular.

La mejor hora para tomarlo es pronto por la mañana, cuando los birmanos se están desplazando a sus puestos de trabajo, universidades, escuelas, mercados, etc. No es un tren de turistas y, de hecho, verás muy pocos occidentales en él (sobre todo durante la temporada baja, que coincide con nuestro verano).

El viejo tren azul se pone en marcha sobre las 8 am y subo a él por los pelos. A veces hay una especie de pitido que avisa de su salida, pero en el resto de estaciones que jalonan las casi 3 horas de recorrido no te harán ninguna señal. Es por ello que aconsejan no bajarse del tren bajo casi ninguna circunstancia. Aunque arranca a una velocidad irrisoria, no es difícil quedarse en tierra por un despiste. De todas maneras, no hay drama, pues solo hay que esperar a que pase otro tren que realice el recorrido circular y subirse a él.

Una vez subes al tren, la vida fluye sin tapujos.

Algunos birmanos mantienen una charla animada entre ellos. Otros se limitan a mirar el móvil, o más allá de las inexistentes ventanas, sin fijar la vista en nada concreto. Para ellos es otro día más, pero tú no dejas de mirar todo con la curiosidad de un niño que está aprendiendo algo nuevo.

Mientras el tren se arrastra lentamente por la vía para dejar atrás el centro de la ciudad e internarse en los amplios suburbios de Yangon, una vendedora pasa ofreciendo sabrosas piñas. Poco despúes, otro vende areca, mezclada con tabaco y una extraña pasta, y envuelta en hojas de betel. Se trata de una especie de droga leve que mascan muchos birmanos para mantenerse despiertos. Luego escupen la saliva rojiza que “decora” tantas calles birmanas. Billetes de loterías, huevos de codorniz, prensa, mangos, sandía, arroz… El pasillo del tren se convierte en un mercado ambulante.

Sin embargo, si quieres conocer verdaderos mercados, el tren circular te permitirá ver la vida en ellos. En Danyingon, el gobierno decidió construir un mercado techado, para que la gente pudiera poner sus puestos allí, a buen recaudo. Sin embargo, casi nadie ha optado por esa opción, porque aunque esa construcción se halla a menos de 5 minutos caminando de las vías del tren, los vendedores saben que el negocio se encuentra en las mismas vías.

En esa parada hay una agitación peculiar. Mujeres y hombres suben y bajan cargados de sacos que contienen todo tipo de verduras y frutas. Pepinos, cebollas, ajos, espinacas, berenjenas, chilis… El colorido y el ajetreo es tal que la cámara de fotos no da abasto. Mejor. Intenta capturar todas esas imágenes para tu recuerdo, pero solo con tus ojos.

El mercado ha comenzado al despuntar el día, y si llegas al mediodía, ya son muchas las personas que ponen rumbo a sus casas en el campo, tras vender su producción en la ciudad.

Fuera del centro, la desigualdad de Yangon se hace más evidente. Chabolas destartaladas junto a aguas estancadas y montañas de basuras. Entre ellas, aparece algún huerto del que se obtiene el sustento de una familia.

Más allá, varios monasterios en los que monjes de toga marrón-rojizo se dedican a meditar, tras su única comida fuerte del día.

Y pagodas. Cómo no. También pagodas en las que rezan los fieles budistas.

Y si para ti todo es nuevo y te maravillas a cada instante, para algunos birmanos tú eres lo exótico en el tren. Algunos querrán fotgrafiarse contigo y todos, casi sin excepción, te sonreirán si les sonríes.

Porque, querido lector, Myanmar sí es el verdadero país de las sonrisas.

Aunque debido a las obras, el recorrido del tren circular se ha visto reducido a poco más de una hora, es una experiencia que sigo recomendando a todo el mundo. La perfecta primera toma de contacto para conocer la idiosincrasia birmana.

 

 

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