Una escapada de cuatro días a Berlín nos permitió cubrir casi todos los lugares más importantes de esta ciudad: La Puerta de Brandemburgo, el Monumento del Holocausto, la Isla de los Museos, Kurfürstendamm o Potsdamer Platz son algunos de los lugares que no pueden faltar a la hora de visitar Berlín. Otra cosa es cómo acabaron nuestros pies después de tanta caminata a lo largo de esos cuatro días intensos de visita.
A continuación os relato nuestro experiencia visitando la capital alemana con los detalles de las cuatro jornadas que comprendió nuestro viaje. Esperamos que os sea de utilidad.
La Puerta de Brandemburgo al atardecer (Pixabay)
Llegada y alojamiento en Berlín
Desembarcamos en Berlín (Aeropuerto de Tegel) con un calor inesperado que nos acompañaría durante toda la estancia.
Para llegar al centro lo más práctico es coger el autobús TXL que sale regularmente cada 7-10 minutos aproximadamente, y sólo cuesta 2,80 euros (Zona AB). Tarda sobre 25 minutos en llegar hasta la famosa avenida Unter den Linden (Bulevar de los tilos, para los menos puristas), que conecta la célebre puerta de Brandenburgo en la Pariser Platz con las inmediaciones del barrio de Mitte. Por otro lado, si no os queréis complicar la vida, también podéis contratar un servicio de traslado desde el aeropuerto de Berlin a vuestro destino final a precios muy económicos si sois al menos tres personas.
Nosotros nos alojamos en el distrito de Postdamer Platz que engloba la zona más vanguardista de Berlín y al que se accede descendiendo desde Branderburgo por la Ebertt Strasse. En torno a esta “L” se agolpan gran parte de los secretos de esta ciudad.
En concreto nos alojamos en un hotel de la cadena Marriot, de la que hasta la fecha sólo habíamos disfrutado en la lejanía por su contribución rojiza en el luminoso skyline de algunas ciudades. Ahora, por azares de la web, pudimos reservar allí a un precio asequible (entiéndase, sin tener que vernos obligados a estar comiendo kebaps el resto del viaje).
Tip de Alojamiento
Si buscas un alojamiento recomendable y en el centro de Berlin te recomiendo el mismo hotel donde yo me alojé. Podrás reservarlo en el siguiente enlace sin ningún aumento de precio:
Día 1: Monumento del Holocausto, la Puerta de Brandenburgo y Unten Linden
El monumento al Holocausto en Berlín (Pixabay)
El primer día nuestro objetivo principal fue recorrer la comentada “L”.
Empezamos la jornada con un buen capuccino medium en mano que, por 2,90 euros, contribuyó en buena medida a nuestro despertar.
A lo largo del recorrido de la “L” aparecen distintas paradas obligadas: El Monumento al Holocausto; la puerta de Brandenburgo y un largo paseo por el Bulevar del Unten Den Linden hasta toparse con el primero de los encauzamientos del río Spree. Justo antes, nos encontramos con el Museo de Historia de Alemania (Deutsches Historisches Museum) donde se incluía una exposición muy cuidada y documentada, conmemorativa del primer centenario de la Primera Guerra Mundial.
A partir de aquí se abre un número incierto de recorridos, jalonados, por lo general, de puestos ambulantes de souvenirs, arte, música, así como terrazas al aire libre para tomar un tentempié. Casi todos te orientarán hacia la famosa Isla de los Museos, pero sólo si eres un consumado ironman podrías, después de lo caminado, soportar las colas y no acabar dormitando en el interior de un sarcófago. Mi recomendación es posponer esta visita para otro día completo tal y como verás en esta guía de visita a Berlín e ir a la Alexander Platz.
Según llegas, a tu derecha, dejarás varios edificios imponentes (Palacio de la República e Iglesia de San Nicolás principalmente). La plaza en cuestión no es especialmente atractiva. Es amplia y destaca una fuente (la Neptunbrunnen) en una temática muy similar (cuatro ríos) a la fuente de la Piazza Navona romana, aunque bastante más sobria para mi gusto (el que apenas tuviera agua debió influir notablemente).
Luego está, por supuesto, la torre de Televisión que resulta ser el edificio más alto de Berlín con sus 368 metros. Es el emblema de la ciudad y que dispone de un mirador a lo alto que permite visualizarla en toda su extensión. Sin duda, un lugar imprescindible en Berlín si buscas las mejores panorámicas de la ciudad.
Junto a la plaza se encuentra el Rote Rathaus, sede de la alcaldía y que los arquitectos encontrarán interesante por su construcción íntegra en ladrillo rojo visto.
A estas alturas nuestro andar era penoso, así que pisoteando nuestros más elementales principios sobre cómo viajar, acabamos subidos en un “hop on hop off“. Triste confesión (y van dos), pero al menos regateamos y nos hicieron el precio como si tuviéramos la Welcome Card; para que luego hablen de la ortodoxa rectitud prusiana.
Superando nuestras expectativas, -más allá de que mis cascos no iban y tuve que acabar compartiendo el de mi mujer- la ruta fue interesante, especialmente porque nos permitió ver la zona de embajadas que colonizan buena parte de los extensos jardines de Tiergarten. Una pena que ese mismo trayecto lo haga la línea 100 por una décima parte de lo que nos costó. En los aledaños del Tiegarten también vimos la estación de trenes (Hauptbahnhof) que, arquitectónicamente hablando, es impresionante.
Día 2: La Isla de los Museos
Babilonia en el Pergamonmuseum
El segundo día lo centramos en la Isla de los Museos. Tras el cafetito de rigor, cogimos el metro y, tras un trasbordo, nos plantamos en las cercanías de la isla. Después de no demasiados cálculos optamos por comprar un billete de 4 viajes por algo menos de 6 euros, un precio bastante razonable.
Al llegar, lo que parecía ser una manifestación política, acabó siendo la cola para entrar al museo de Pérgamo (oficialmente llamado Pergamonmuseum). Un frío cartel anunciaba una cola de 2 horas a pleno sol. ¡Planazo!, pensamos. De nuevo, los alemanes me decepcionaban; ni una triste pérgola corrida, parasol o artilugio que nos resguardase del sol. Por descontado que los bancos relucían por su ausencia. Total, que tirando del inglés de Ani (mi mujer)- con el mío aún estaríamos en el aeropuerto de Tegel- vimos la posibilidad de comprar un billete que permitía acceder a todos los museos en un día por un precio de 18 euros. De esta forma invertimos el orden y fuimos primero al de Nefertiti (oficialmente llamado Neues Museum) y después, coincidiendo con la hora de comer (sobre las 2 de la tarde) ya hicimos una cola menor para entrar en el Pérgamo.
Si bien el primero es aconsejable,-más allá de mi escasa sensibilidad hacia las vasijas, fragmentos decorativos y otros utensilios empleados en la noche de los tiempos – el de Pérgamo es casi una cita obligada y tampoco se hace especialmente largo. Obviar esta visita podría ser motivo de expatriación, según se rumorea.
Después de semejante ingestión cultural nos desvivíamos por una cerveza bien fría. Nos conformamos, sin embargo, con una cerveza fresquita y gracias. Algo más enteros, deambulamos por los alrededores del Centrum Judaicum y quizá debimos buscar una ruta menos amplia, pues aunque interesante el paseo, yo llegué al distrito Hackesche Höfe colorado y con calambres en un gemelo. El Hackesche trata de darle a la zona un aire bohemio y urbano, amparado en algún graffitti disperso y en sus patios conectados, algunos de los cuales, de forma simplista, logran un efecto muy placentero. Merece la pena un paseo relajado por toda esta zona.
Después, y quizá imantados por la irradiación de la antena de la torre de TV, acabamos de nuevo en la Alexander Platz. Confirmamos que todo estaba según el día anterior y nos cogimos un autobús que cuadraba ligeramente con la posición de nuestro campamento base.
Por las noches cenábamos tranquilamente en algunos de los locales de comida multicultural que se prodigan por la zona de Postdamer Platz. Nos gustó especialmente un restaurante indio (Amrit) situado frente al hotel. En todo caso, debido a nuestra insensibilidad gustativa llegábamos absolutamente sobrios y con los pies abrasados a nuestra habitación.
Día 3: Kurfürstendamm, Kaiser Wilhelm Gedächtniskirche y Kaufhaus des Westens
El Reichstag, símbolo inequívoco d Berlín
Mientras Ani buscaba en su móvil cómo se dice “tiritas” en alemán, yo apuraba mi capuchino y revisaba la ruta prevista para el día. Cogimos, finalmente, uno de los autobuses que tienen parada en el zoológico (Zoologischer Garten). No era descartable la visita al mismo, pues todas las referencias apuntan a que merece la pena. Sin embargo, teníamos muchas ganas de recorrer el bulevar más glamuroso del oeste de la ciudad llamado oficialmente Kurfürstendamm y coloquialmente Ku’damm, simplificación ésta que sin duda ha evitado muchas trabas lingüísticas a los viajeros.
Seguro de viaje familiar a Berlín
¿Eres de los que todavía piensa que un seguro de viaje es algo prescindible?
Un seguro a cualquier destino europeo de una semana para una familia con dos hijos puede costar unos 45 euros (no llega ni a los 7 euros por día). Nosotros recomendamos llegar a Berlín con un seguro estándar que incluya un mínimo de 60.000 euros en hospitalización, repatriación, robo y gastos de anulación. Hemos probado varias compañías y las últimas veces hemos repetido con Iati porque todo ha ido a la perfección. Además tienes un 5% de descuento al venir de nuestra parte a través de este enlace.
El bulevar tiene un aire afrancesado con sus plataneros en la mediana central proyectando una sombra irregular, sus terrazas discontinuas en ambas aceras protegidas por unas sombrillas imponentes y las típicas mesitas minúsculas cubiertas con un alegre y extenso mantel. Los viandantes las sortean pegados al bordillo mirando de reojo los escaparates de las firmas de ropa más prestigiosas, con tentadores y a veces inexactos carteles de “sales“. Pero antes de sucumbir a la tentación de hacer un shopping,- como dicen en las series más chics de la tele- nos fuimos a visitar la Kaiser-Wilhelm- Gedächtniskirche, -algo así como iglesia memorial pero con muchas más letras- que sufrió con estoicidad los bombardeos de la II Guerra Mundial y que muestra en lo alto de su campanario su mutilación más flagrante.
Se ha tratado de preservar la mayor parte de la iglesia, si bien, sobre la zona más ruinosa, se ha levantado un edificio de planta octogonal revestido de un cristal que proyecta una luz azulada interior consiguiendo un efecto muy intenso y sobrecogedor, aparte del fuerte contraste que provocan de por sí los dos estilos arquitectónicos yuxtapuestos.
Interior de la iglesia azul
A la salida, el sol nos empujaba directamente a uno de los puestos de helado y desde ahí, ya algo repuestos – y, en mi caso, con las manos pegajosas de los odiosos chorretones del helado -, iniciamos una serie de incursiones en tiendas de distintas firmas. Yo, pendiente de dar con un aseo donde limpiarme debidamente las manos, me pasé un buen rato viendo las idas y venidas de Ani hacia el probador, sin poder ayudarle en nada, no fueran a quedar mis huellas dactilares (con sabor a fresa) impresas en algún vestido.
Tras varias tentativas frustradas, aterrizamos en una tienda Foot Locker donde acopiaban el mayor número de zapatillas por metro cuadrado que haya visto en mi vida. Me fue imposible no comprarme las Adidas Beckenbauer que ya no me quitaría el resto del día.
Después de comer frugalmente, seguimos recorriendo el bulevar en dirección al Kaufhaus des Westens (coloquialmente llamado Kadewe). Se trata del centro comercial más grande de Berlín y uno de los más grandes del continente. Es especialmente famosa la planta del Gourmet, aunque después de recorrerme muchas veces los pasillos del Gourmet del Corte Inglés, tampoco quedé tan impresionado.
Bien entrada la tarde los pies ya no reaccionaban. Las Beckenbauer estaban exhaustas y, tras andar más de lo previsto, dimos con la parada que nos devolvería a nuestra base. Ani aún tuvo fuerzas para acercarse el centro comercial de Arkaden (en la Potsdamer Platz) pero yo había ido madurando en mi cabeza una visita al spa del hotel y sólo me imaginaba vestido con mi albornoz. Para mi desgracia, lo que creía era una piscina de aguas termales era una piscina normal y corriente (aunque con muchas luces indirectas) ocupada además por varios japoneses que competían haciendo largos al estilo mariposa. Así que no tardé en volver a la habitación algo decepcionado, pensando en tomar, al menos, una ducha relajante que acabó siendo somnífera. Por la noche aún nos rehicimos y fuimos a cenar a la terraza del Tony Romas enfrentado al Theater am Postdammer Platz donde se celebra la famosa Berlinale– festival de cine de Berlín.
Día 4: Potsdamer Platz, Museo del Terror y el Reichstag
El muro de Berlín (Pixabay)
A la mañana siguiente, nos levantamos con ese punto amargo de saber que es el último día del viaje. Pero sin tiempo para la nostalgia y apenas para el ya rutinario capuchino, nos fuimos al Reichstag para asegurar su visita a la cúpula. Tras la cola de rigor, nos comunicaron que desgraciadamente por razones de limpieza, la cúpula estaba cerrada. Maldiciendo la omnipresencia de Murphy, reservamos hora para visitar la terraza como mal menor, y ver de cerca la famosa cúpula y su corredor ascendente en espiral, así como las vistas que ofrecería la altura. Decidimos reservar a las 20:45 confiando en que surgiera un atardecer despejado combinado con las primeras luces de la tarde noche… O, por lo menos, que no lloviera, pensaba yo. Hasta entonces, teníamos casi todo el día por delante.
La idea era, primero dar una vuelta por los alrededores de la Potsdamer Platz y verlo de día. Es parada obligada la plaza del Sony Center que, aunque abierta, queda parcialmente cubierta por una cúpula formada por un haz cables y barras de acero, ejemplo de la modernidad arquitectónica de los alemanes. El nombre encaja perfectamente, pues allí se encuentra el edificio Sony, que cuenta con cuatro plantas, y en una de ellas tenían expuesto un televisor valorado en 20.000€ de una cantidad sonrojante de pulgadas. La plaza tiene una fuente central y hay varios sitios donde tomar un café, comer, etc.
Pasear por los alrededores es agradable; todo respira modernidad y amplitud, gracias a la multitud de rascacielos, edificios singulares y- algo más apartadas-, algunas embajadas. Lo mejor es perderse (en lo que me considero un especialista) por sus rincones y aparecer frente a la fachada del Hyatt, en la sede central de Daimler, -con su fachada de ladrillo visto imitando los primeros rascacielos americanos-, o frente a la jirafa del edificio Lego.
Por la tarde, mientras hacíamos tiempo para la visita al Reichstag, aún teníamos previsto otro meeting point clave, el famoso Checkpoint Charlie, – o punto de control C de los americanos y paso fronterizo de los aliados- situado en la Friedrischstrasse.
El río cruzando el centro de Berlín (Pixabay)
Aprovechando que ya estábamos allí -a pesar del calamitoso estado de los pies- nos acercamos a ver una exposición dedicada a David Bowie ubicada en el edificio Martin-Gropius-Bau (referente arquitectónico), donde repasaban su trayectoria personal y profesional, intercalando vídeos de canciones relevantes de su carrera, así como muchos de los complicados trajes que empleaba y que debieron guiar a los componentes de Loco Mía.
A continuación, un nuevo edificio ofrecía otra amplia e ilustrativa exposición de lo acontecido en la 2º Guerra Mundial (Museo del Terror). Mientras Ani aún tuvo fuerzas para releerse la invasión de Varsovia, yo esperaba fuera sentado en un banco corrido, disfrutando de una ligera brisa y de la fracción más importante del muro de la vergüenza que vimos en nuestra estancia.
El tiempo se nos había echado encima, y el cansancio también, pero aún nos animamos a andar en dirección al Reichstag en lo que sería nuestra última pateada de este viaje. Con puntualidad alemana, iniciamos el ascenso a la terraza. Además de los utensilios de limpieza que se alojaban en el interior de la cúpula, pudimos contemplar panorámicas muy atractivas de la ciudad y nos inflamos a hacer fotos inmortalizando el momento.
De vuelta cenamos en nuestro indio favorito y nos tomamos un mojito de sabor indescifrable, antes de hacer las maletas y prepararnos para la vuelta.
La entrada Qué ver en Berlín en un viaje de cuatro días se publicó primero en Viajablog.
from Viajablog http://bit.ly/2Dwa8uP
via
IFTTT