miércoles, 18 de septiembre de 2019

Excursión en velero a las Islas Cíes, Pontevedra

Había oído hablar de las Islas Cíes en muchísimas ocasiones.  De hecho, no hizo falta que el diario británico The Guardian afirmara, hace algo más de una década, que la Playa de Rodas, situada en la isla central de las tres Cíes, era la mejor del mundo. No eran pocos de los que la conocían que ya pensaban así.

Las Cíes son salvajes, duras y bellas a la vez, como una reina despiadada y justiciera en invierno – cuando el viento del Atlántico torna la vida en las islas en una auténtica prueba de supervivencia – , y amable y cálida en verano, cuando sus amplios arenales, lamidos por aguas transparentes, se llenan de bañistas. Entre medias, la primavera y el otoño son las estaciones preferidas por unos senderistas que encuentran aquí un paraíso formado por una densa y variada maraña de senderos.

Nosotros tuvimos la suerte de visitar las Cíes a bordo de un velero de 10 metros. Una de las mejores excursiones que he realizado en mucho tiempo.

Embarcando en el puerto de Vigo

En una semana de septiembre en la que costaba saber si nos encontrábamos en el Caribe o en Galicia, la mañana se despertó con un cielo raso y altas temperaturas. Además, soplaba una ligera brisa que más tarde nos ayudaría a navegar con las velas desplegadas y dejando el motor de lado.

Sobre las 9.30 de la mañana llegamos a la oficina que la compañía Sailway posee en el puerto y nos presentaron a Javier, quien sería el patrón de nuestro velero por un día.

Sailway es una compañía gallega que alquila barcos y lanchas, tanto con patrón como sin patrón, pero que también imparte cursos para titulaciones náuticas, tiene una escuela de vela y ofrece experiencias de navegación inolvidables.

El bueno de Javier se mostró cercano desde el primer momento. Al final del día, cuando nos despedimos de él con un abrazo, le definiríamos con la manida frase: “Gran Capitán… Y mejor persona”.

Tras dejar nuestros bártulos en la parte de los camarotes y soltar amarras, Javi encendió el motor y abandonamos el puerto con parsimonia.

Puerto de Vigo

¡Viento en popa y a toda vela!

En cuanto salimos a las oscuras aguas de la Ría de Vigo, la brisa – que, según nos comentó Javi tras leer el parte metereológico la pasada noche, era totalmente inesperada – nos permitió izar las velas mayor y génova (o foque) y poner rumbo a las Cíes.

Nuestro patrón alternaba explicaciones técnicas sobre cómo llevar un velero con historias de sus aventuras como navegante… Y como viajero. Encontré las primeras muy interesantes y las segundas me fascinaron e hicieron reír a partes iguales.

Novato al timón

Tras darme unos cuantos consejos sobre cómo aprovechar el viento para navegar en la dirección deseada, me atreví a coger el timón e intentar seguir sus enseñanzas. Para mí sorpresa – porque nunca fui muy hábil conduciendo nada en general – la cosa no se me dio mal y manejé el timón durante unos buenos tres cuartos de hora de la navegación… ¡Y sin embestir a ningún otro barco ni embarrancar en una playa!

Javier me comentaba que tenía que mantener la génova (vela más pequeña que la mayor y que se halla en la proa) siempre henchida, variando ligeramente el  rumbo cuando eso no ocurriera… ¡Sí, mi capitán!

Navegación hasta las Cíes

Javi y Avistu, dos lobos de mar

Navegando a vela, no tardamos demasiado en dejar atrás las aguas de la Ría de Vigo y salir a mar abierto.

En el camino pudimos apreciar, a lo lejos, bonitas playas y pueblos típicos de veraneo que comenzaban a sentir la cercana soledad del otoño, y, más cerca, decenas de bateas en las que los famosos mejillones de las Rías Baixas esperaban a ser recolectados.

Solo variamos nuestro rumbo hasta las tres islas Cíes para poder ver de cerca la actividad de un par de grandes pesqueros. En su cubierta, los curtidos marineros no cesaban la actividad. Comprobando la red, moviendo utensilios, clasificando el pescado capturado anteriormente… Y todo ello supervisado por un pequeño ejército de gaviotas, que en su perseverancia pensaban encontrar su propio avituallamiento.

Fondeando en la isla San Martín

Entretenidos con todas estas cosas, el paisaje y las historias de Javi, nos fuimos acercando a las Cíes.

El sol ya lucía alto y el calor era bastante considerable con lo que tenía unas ganas locas de zambullirme en esas preciosas aguas transparentes lo antes posible.

Frente a nosotros, la playa de Rodas aparecía tomada por un buen número de turistas, así que Javi puso rumbo a la isla Sur, también conocida con el nombre de Isla San Martín. No más de 10 personas paseaban por la dorada arena de la playa de la isla. Junto a ellas, 5 o 6 embarcaciones se mecían apaciblemente, ajenas a todo.

Fue allí donde fondeamos y descubrí, de una manera dolorosa pero reactivadora, lo fría que está el agua por estos lares. Subí al techo del velero y salté al agua de cabeza. Lo reconozco, a pesar de tener gafas de bucear para disfrutar del fondo marino, no duré más de 3 minutos en ese agua congelada. Eso sí, cuando subí de nuevo al barco, era un hombre nuevo.

Explorando la otra cara de las Cíes

Tras el bañito, pusimos rumbo norte y entramos en el estrecho canal de agua que separa las islas del Medio y Sur. Fue así como accedimos a la cara oeste de la isla Del Medio, también conocida como Illa do Faro (o Isla del Faro).

Esta parte mostraba escarpados acantilados de roca amarillenta y el mar batía sus bases con cierta furia, aunque, según nos contaba Javi, nada comparado con los violentos días de invierno. Aquí la navegación se hace algo más inestable y, como íbamos mal de tiempo, regresamos a la cara este para explorar la Isla del Faro.

La bella Illa do Faro

Javi nos acercó al muelle en el que atracan los grandes barcos que vienen de Vigo y descendimos a tierra.

Playa de Rodas

Una pasarela de madera parte del muelle y desemboca directamente en la Playa de Rodas. Cuando la tuvimos tan cerca, supimos por qué un importante medio inglés se había atrevido a colgarle el pesado cartel de “Mejor playa del mundo”.

La de Rodas es una playa realmente bella, con una arena blanca que parece refulgir bajo el sol y un agua de estilo caribeño, salvo por su temperatura. A su espalda, una pequeña laguna está separada del mar abierto por un antiguo dique que hoy ejerce de puente.

Para apreciar todo esto desde las alturas, os aconsejo que, como nosotros, toméis la senda que parte a la derecha en el primer cruce que os encontráis tras dejar la pasarela de madera.

Playa Area de Figueiras

El camino lleva, tras dos kilómetros de sendero, al Alto del Príncipe. Antes, hallaréis la playa de Area de Figueiras, menos concurrida – y también muy bella – que la de Rodas.

Vistas desde el Alto del Príncipe

Desde el mirador del Alto del Príncipe la estampa es de las más bellas que he visto en mi vida. Allá abajo, la combinación de colores es brutal. Por un lado, los acantilados muestran una mezcla de amarillo, marrón, gris y verde. Por otro, el mar es de azul intenso en el oeste, pero las aguas de la laguna aparecen grisáceas y las de la playa de Rodas azul turquesa. Completan la estampa los verdes árboles y los islotes que rodean al archipiélago, y que también forman parte del Parque Nacional de las Islas Atlánticas.

Cuando regresamos al barco, lo hacíamos maravillados.

Regreso al puerto de Vigo

Así da gusto comer en el mar

Eran ya las 3 de la tarde y me di otro baño rápido antes de degustar las sabrosas viandas que habían traído para nosotros. Comer una tortilla de patatas, empanada gallega, ibéricos, mejillones, quesos, y panecillos con salmón, fondeado frente a la playa de Rodas en un velero de 10 metros y con un solazo impresionante… Eso es algo que no voy a olvidar fácilmente.

Como tampoco olvidaré ese placentero viaje de regreso al puerto de Vigo, con musicón de fondo y la sensación de haber pasado un día espectacular en muy grata compañía.

Las Cíes, tal y como me habían contado, desprenden una magia y una energía especial. Y sé que volveré para pasar la noche en ellas. Prometido.

 

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