domingo, 8 de septiembre de 2019

Atardeceres de ensueño y senderos entre acantilados en el Cabo Home de Pontevedra

En la provincia de Pontevedra, apresada entre las rías de Pontevedra y Vigo, existe una comarca en la que la Madre Naturaleza no escatimó en dones. Se trata del Morrazo (O Morrazo en gallego), una tierra mágica donde frondosos bosques se alternan con extensas playas de dunas, calas escondidas y esplendorosos acantilados tapizados de verde, contra los que un mar de distintos tonos azules golpea con una fuerza inusitada, como queriendo cobrarse una deuda que se remontara a los tiempos en los que meigas y duendes campaban a sus anchas por Galicia.

Para mí, desconocedor absoluto de esta preciosa parte de España, la sorpresa fue mayúscula.

Visitamos la Península del Morrazo para explorar la zona del Cabo Home, situado en la parte más occidental de la verde península, justo frente a la maravilla natural de las Islas Cíes.

Disfrutando del atardecer junto al Mirador de la Caracola

Nos encontrábamos casi al final de nuestro periplo de 5 días por las Rías Baixas y todo el mundo que nos habíamos cruzado en la ruta nos había hablado maravillas de los miradores que encontraríamos allí. Nos comentaban que era uno de los mejores lugares de España para disfrutar de un atardecer. Y lo cierto es que no se equivocaban… Pero había más. Mucho más.

Ruta circular: la Senda Costera del Cabo Home

Poco antes de las 5 de la tarde llegábamos al aparcamiento del Mirador de la Caracola. El sol pegaba con fuerza y el pequeño bar que se halla apostado frente al bonito monumento creado en acero inoxidable por el escultor y pintor local, Lito Portela, presentaba más de la mitad de sus mesas vacías.

Caminando por la Senda Costera en la Costa da Vela

Nos dimos una vuelta por el mirador para disfrutar de las vistas y buscar un buen punto de observación óptimo para el atardecer. Fue así, casi por casualidad, como encontré la senda costera (o Senda da Costeira, como indica el cartel de madera que señaliza la ruta) que se adentra en esta bonita tierra.

Al asomarme a uno de los salientes cercanos al mirador, miré hacia el sur y observé una estrecha y fina línea que cortaba por la mitad los acantilados que componen la Costa Da Vela. La única pega era encontrar dónde empalmaba ese camino con la ancha carretera, no asfaltada, que partía del mirador.

Sin pensarlo, pusimos algo de agua en la mochila y tomamos el camino que se dirigía hacia el sur. Aún restaban más de tres horas para el atardecer y, desde la lejanía, esa senda parecía una opción inmejorable para pasar el rato. Aún no sabíamos las joyas que íbamos a encontrar en el camino.

Costa Da Vela

El bravo océano en su esplendor: la Costa da Vela

Tras un primer tramo de 5 minutos caminando junto a la carretera, encontramos un cartel informativo que mostraba un recorrido circular de algo menos de hora y media. Era lo que necesitábamos.

Al poco, tomamos, a mano derecha, un sendero que se desgranaba del camino principal para descender la verde pared que forma la Costa da Vela.

Al abandonar la carretera, la civilización quedó atrás y nuestros sentidos se inundaron de mar, viento, sol, olas, flores, hierba, arbustos multicolores… NATURALEZA. Así, en mayúsculas. Una bendición para mí, que considero un viaje perfecto aquel que apenas discurre por zonas urbanas.

Sin saber cómo ni por qué, me encontraba muy feliz, deteniéndome cada pocos pasos para admirar esa costa salvaje que se extendía bajo mis pies. Tomé varias fotos desde distintas perspectivas, persiguiendo ese sueño imposible de intentar capturar unos sentimientos que escapan a las imágenes digitales.

Tras el primer descenso, el estrecho sendero cortaba la costa dibujando un perfil bastante uniforme. Solo tuvimos que afrontar una pequeña pendiente antes de nivelarse de nuevo, camino del imponente faro de Cabo Home.

Faros, calas, pinos y arenales naturales

Playa de Melide

Tras casi media hora de camino – yendo a paso bien tranquilo y disfrutando de las vistas – nos comenzamos a acercar al extremo de la península, donde los faros de Cabo Home y Punta Robaleira guían a los marineros cada noche.

En este punto, el sendero dejaba el acantilado para internarse en la parte central de este brazo de tierra rodeado de mar. A mano izquierda, y oculto tras una pinada, apareció, de repente, un largo arenal de gran belleza. Se trataba de la playa de Melide, que a las 6 de la tarde de un caluroso día de principios de septiembre era disfrutada por casi un centenar de personas.

Como no contábamos con mucho tiempo, dejamos atrás Melide y seguimos nuestro camino hacia los faros. El sendero volvía a asomarse a la costa y bajo nosotros aparecieron pequeñas calas de roca en las que solo se hallaban algunos intrépidos pescadores.

Junto a ellas, un precioso y solitario parche de arena: la playa de Robaleira. Había conseguido escapar indemne de la tentación de la de Melide, pero esta cala pudo con mi resistencia. Solitaria, pequeña, escondida y bella. Imposible no querer disfrutar de ella.

Faro de Punta Robaleira

La paciencia me alcanzó para acercarme al bonito faro de Punta Robaleira, pero nada más. Extraño, achatado y de un llamativo color rojo, contrasta con su esbelto y blanco hermano mellizo, el faro de Cabo Home. Las Cíes se hallan aquí casi al alcance de la mano y dicen que es también un precioso lugar para disfrutar del atardecer. Lo comprobaré la próxima vez, pues yo ya tenía una cita…

Praia da Robaleira. ¡Ahí me di un buen baño!

Mientras mi amigo Avistu se iba a explorar el faro de Cabo Home, descendí a los escasos 20 metros de arena de playa de Robaleira (o Praia da Robaleira) y me di un rápido baño en sus heladas aguas. Sentí como mi cuerpo se revitalizaba al instante y fue una bendición poder secarme al sol de la tarde gallega.

Cuando Avistu volvió a por mí, me encontraba ensimismado en mis pensamientos, con la mirada perdida en aquel vasto océano que fue el sueño de tantos valientes exploradores medievales.

Faro de Cabo Home

Camino de regreso al Mirador de la Caracola: playa de Barra, bosques solitarios y pequeños viñedos

Eran más de las 7.30 de la tarde y aún debíamos recorrer más de la mitad del camino, así que, me calcé y nos pusimos en marcha de nuevo.

Regresamos a la carretera no asfaltada y dejando la playa de Melide – y, más allá, el faro de Punta Subrido – ahora a nuestra derecha, comenzamos a bordear ese brazo de la península por su cara oeste. Al poco, la senda se separaba de nuevo del camino principal para recuperar su aspecto salvaje y, a esas horas, totalmente solitario.

En este tramo, el bosque de pinos y otras especies era más frondoso y las ramas llegaban a formar una especie de arco sobre el sendero, creando una atmósfera de cuento. Tras recorrer otro tramo despejado, llegamos a la espectacular playa de Barra, una de las mejores playas nudistas de España.

Con sus 750 metros de longitud y 30 metros de anchura este bello arenal rodeado de dunas y pinos forma parte del Espacio Natural Protegido Dunas de Barra y Costa da Soavela, y se está estudiando su inclusión, junto con las contiguas playas de Nerga y Viñó, en el Parque Nacional das Illas Atlánticas, al que pertenecen las islas Cíes.

Playa de Barra

La senda descendía hasta la misma playa y, aunque se desdibujaba algo entre las dunas cubiertas de hojas de pinos, después ascendía de regreso hacia el Mirador de la Caracola.

Este tramo de media hora discurrió entre helechos, pinos, arbustos y, para nuestra sorpresa, algunos grupos de parras en los que la uva, a tan solo una semana de la vendimia, colgaba en lustrosos racimos que pedían ser recolectados.

El cielo incendiado desde el Mirador de la Caracola

Mirador de la Caracola

Nos encandilamos tanto en la preciosa senda costera, que tuvimos que apretar el paso para llegar al Mirador de la Caracola antes de que el sol se hundiera en el horizonte. En él, ya estaba la gente preparada y el bar, que aparecía medio vacío hacía unas horas, ahora estaba repleto de gente que esperaba ese acto natural – que no por repetirse cada día deja de parecernos místico – que es el atardecer.

Como la famosa caracola estaba llena de gente, cogimos un pequeño sendero que partía del aparcamiento en dirección norte y llevaba a un saliente rocoso en el que no había nadie. Fue un acierto.

Allí, lejos de ruidos y conversaciones, pudimos disfrutar de un espectáculo brutalmente bello. El cielo, que apenas presentaba un hilo de nubes, se incendió en tonos naranjas mientras el astro rey se hundía, sin oponer resistencia, en las aguas del Atlántico. Un final inmejorable a una tarde para recordar.

En los alrededores del Cabo Home

Para los amantes de la Historia y la Arqueología, esta zona de Galicia posee un atractivo añadido, pues en ella se encuentran los petroglifos (grabados en piedra) del monte do Facho (en Donón), que tienen entre 3 y 4 mil años de antigüedad.

Puerto de Aldán

Tras el atardecer, cogimos el coche para acercarnos a la cercana y tranquila villa pesquera de Aldán, donde pasamos la noche y cenamos el mejor pescado al horno que probamos en todo el viaje en el restaurante Doade.

Desde la cama de mi habitación, podía ver los barcos pesqueros mecerse lentamente, ajenos al paso del tiempo. Contemplando esa estampa bucólica, no recuerdo el momento en que yo también me dejé mecer por el mar de los sueños.

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