En el suroeste de Inglaterra, el río Avon viaja perezoso hacia el mar. En su tramo final, pasa por una de las campiñas más bellas de Europa, dando vida a pequeños pueblos de aire medieval en los que parece que se ha detenido el tiempo.
La resistencia del Avon a dejar de mirar cara a cara a esa bella tierra y perderse en el ancho e impersonal mar, se acentúa cuando pasa por la ciudad de Bath. La traducción literal del nombre (“baños”) da una buena pista de lo que allí vamos a encontrar. Las aguas termales naturales ya eran famosas en Bath hace un par de milenios.
Su popularidad se extendió hasta la vieja Europa y los romanos, ávidos de poder y nuevas rutas comerciales, conquistaron la ciudad, llamándola Aquae Sulis.
En ella construyeron un espectacular complejo de baños, templos y gimnasio. Las termas romanas de Bath son, hoy en día, el monumento más importante de la época romana en todo el Reino Unido. Y justo a su lado, se erige, imponente, la Abadía de Bath, el monumento religioso más importante del precioso casco histórico de Bath (declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco) y que bien merece una visita.
Historia de la Abadía de Bath
Los orígenes de la Abadía de Bath hay que buscarlos en el siglo VII. Fue en el año 675 cuando se construyó un monasterio bajo la supervisión del obispo de Worcester. A finales del siglo X, los monjes del monasterio adoptaron las reglas benedictinas, pero no sería hasta el siglo XII cuando una gran reforma le comenzaría a dar el impresionante aire que tiene hoy en día.
Los trabajos para convertir el monasterio en una catedral dieron sus frutos, y en 1156 el edificio ya tenía más de 100 metros de largo.
Nuevas reformas se llevaron a cabo en el siglo XVI, justo antes del triunfo de la Disolución de los Monasterios realizada entre 1536 y 1541 por orden del rey Enrique VIII.
A la abadía se le quitó el plomo, el hierro y el vidrio, dejándola desnuda y abandonada a su suerte. Sin embargo, la reina Isabel I, en 1574, promovió su restauración para que ejerciera como gran parroquia del lugar.
Ya a principios del siglo XIX, se demolieron las casas, tiendas y tabernas que casi tocaban con los muros de la abadía y se llevó a cabo una profunda reforma – en 1860, por Sir George Gilbert Scott – para dotar a la parroquia de la impresionante fortaleza y belleza que exhibe hoy en día.
Visita a la Abadía de Bath
Visitamos la Abadía de Bath un día de invierno, de esos en los que, aunque el sol lo intenta, lo cierto es que se está mejor dentro de lugares cerrados.
La abadía tenía una temperatura agradable, lo cual, unido a ese silencio típico de los templos religiosos, convertía al lugar en una de las opciones más acogedoras de una fría tarde en Bath.
Al entrar, das directamente con un mostrador atendido por un voluntario. La entrada, como en tantos otros edificios religiosos y museos ingleses, es gratuita, pero se recomienda dejar un donativo de 5 libras por persona.
Además, puedes coger un folleto en distintos idiomas (también en español) que te servirá de guía una vez entres al templo.
Al entrar a la Abadía de Bath, lo primero que me sorprendió fue la belleza y minuciosidad de sus enormes vidrieras, y también sus bellos techos blancos, cuyas bóvedas ornamentadas se asemejan a conchas marinas.
De estilo gótico y planta de cruz, la Abadía de Bath está hecha de piedra. Sus 52 ventanales – que ocupan el 80% del espacio de los muros – le confieren una gran luminosidad y permite leer mejor los nombres grabados en las placas conmemorativas que hay por toda la abadía: 617 en las paredes y 847 en el suelo.
Estaba mirando algunos de los nombres de los conmemorados cuando mi compañero Avistu me señaló una antigua bandera americana que se mecía junto a una de las columnas. Al preguntar por ella a una de las voluntarias de la abadía, nos comentó que se había puesto ahí por la presencia de los americanos en Bath durante la Segunda Guerra Mundial. Era una bandera antigua, pues aún contaba tan solo con 48 estrellas, correspondientes a los 48 estados americanos de esa época.
Le di las gracias por la explicación y me acerqué a admirar el maravilloso órgano.
La primera mención a un órgano en la abadía data de 1634, pero sucesivos instrumentos fueron construidos en los siglos siguientes. El actual fue totalmente reconstruido por la firma alemana Klais Orgelbau en 1997, y luce imponente.
No pudimos acceder a la zona del coro, pues se encontraba en proceso de reforma, pero lo que más pena nos dio es no poder subir a la magnífica torre de la Abadía de Bath, que guarda 10 campanas de distintos tamaños.
De unos 50 metros de altura, se accede a la torre a través de una escalera de 212 escalones. Hay un tour guiado (debes reservar con antelación) que te muestra esta parte de la abadía. Al salir al exterior, cuentan que puedes disfrutar de las mejores vistas posibles del centro histórico de Bath.
Mirando el lado positivo, es una buena razón para regresar a Bath y visitar de nuevo su abadía.
Información práctica de la Abadía de Bath
Horarios:
Lunes de 9.30 a 17.30 (última entrada a las 17.15)
De martes a viernes de 9 a 17.30 (última entrada a las 17.15)
Sábado de 9 a 18
Domingos de 13 a 14.30 y de 16.30 a 18.
Precio de la entrada:
Entrada gratuita.
Se recomienda ofrecer un donativo al entrar.
Sitio Oficial | Abadía de Bath
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